NAVIDAD INDIA
Allá, en los valles interandinos, cerca del pueblo de Pisaq, está la comunidad india de Kuyo en la que también es veinticuatro de diciembre. Es ya tarde y Kurucha, el niño indio de diez años, marcha tiritando bajo la copiosa lluvia.
Arrea ocho carneros que son todo el patrimonio familiar y es preciso llevarlos a la cabaña que hay en la cumbre, para evitar la rapiña de los mestizos del pueblo que en fechas similares merodean el ayllu.
Principia a cerrar la noche y Kurucha trata de avanzar afirmando los piececitos desnudos en el barro viscoso de los despeñaderos. La lluvia ha empapado su poncho y los andrajos que lleva por ropa hacen que la ventisca torture más sus ateridas carnes. Los corderos se niegan a avanzar; su lana pesa mucho por el agua de lluvia acumulada; es preciso hacer que caminen; debe azotarlos y a veces ayudarlos a trepar los riscos. La noche llega inclemente y es posible que al pasar la lluvia haya nieve. Kurucha, llora. Llora silencioso.
Los rayos caen en toda dirección y los truenos hacen trepidar la tierra. Tiene el miedo del niño envuelto en la horrible soledad del Ande tormentoso. Quisiera llamar a su padre; piensa en él y recuerda sus palabras.
Sí, las recuerda claramente, cuando aquella tarde estando él tan pequeñito cayó entre unos espinales y al pedir auxilio, vio el rostro de su padre que severo le decía: Tienes que aprender a salir solo de tus angustias; eres indio y no encontrarás en la vida nadie que te ayude. Sí..., hoy también está solo y debe llegar a la cabaña. La lluvia no mengua y la luz cada vez más pobre hace penosa su marcha.
Una cancha, ave de mal agüero lanza un graznido y Kurucha se estremece; vuelve a tener miedo.
La cabaña está cerca. Avanza y llega. Debe asegurar las ovejas y antes de penetrar en la casa, arregla algunos palos del corral que están caídos y luego asegura la puerta de chaclas. Ya en el interior de la choza, baja de su espalda el bulto que contiene una piel de camero y un tale guillo conteniendo algo de chuño y maíz cocido. Tiende la piel en el suelo y se prepara a dormir.
No tiene con qué cubrirse; su poncho está empapado y luego de escurrirlo prefiere dejarlo a su lado. El hambre le retuerce los intestinos y para mitigarlo toma el taleguillo preparado por su madre; piensa en ella y en los acontecimientos de la tarde. Recuerda dolorosamente que llegaron a su casa el gobernador y el maestro de la escuela del pueblo; vinieron en busca de gallinas y al no encontrarlas pegaron a su madre para que las entregara; dicen que las querían para hacer la cena de Navidad. Recuerda que le han contado que en noches como ésta, hay niños felices que la esperan con ansiedad. Para él, para Kurucha el niño indio, éste no es sino un día más en el calendario del trabajo, del frío, de la desnudez y la miseria. Hay como él, otros niños indios en más de seis mil comunidades del Perú, para quienes aún no ha nacido el Cristo de la Redención.
Cuento Del Dr. Óscar Núñez del Prado (Cuzco)


Pachacútec logró someter a los huancas, pero reconociendo por cacique a Oto Apu-Alava, Preso Atahualpa, envió Pizarro fuerzas a todo el imperio. Apu- Alaya no demoró en reconocerlo, a trueque de conservar sus títulos. Y Pizarro, sagaz político, se unió a él; llevando al bautizo, en calidad de padrino, a Catalina Apu-Alava o Catalina Huanca.
Vieron unos perros hambrientos, en el fondo de un arroyo, unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas, decidieron beberse primero el agua para así llegar fácilmente a las pieles.
En 1581, el griego Miguel Acosta y navieros de lima hicieron una colecta para fundar un hospital destinado a la asistencia de marineros atacados por la terciana y la disentería. Nació así, el hospital del Espíritu Santo. Al otro lado había un gran lote, donde su dueño Gaspar Flores edificó unos cuartos, en uno de los cuales nació el 30 de abril de 1586 Santa Rosa de lima; siendo Papa, Sixto V; rey de España, Felipe 11; arzobispo, Toribio de Mogrovejo y gobernador, Martín Enríquez “el Gotoso”.
Un perro había sido muy bien alimentado en una casa y fue adiestrado para luchar contra las fieras.
Comieron en un plato: perro, pericote y gato. Con este pareado circulaba un impreso de milagros, allá por 1840, durante la beatificación de Fray Martín de Porres.
EL HOMBRE AL QUE MORDIÓ UN PERRO
Para santo milagroso, mi paisano Fray Martín de Porres.
EL CUERVO Y LA CULEBRA
Cuando San Martín desembarcó en Pisco con el ejército libertador, no faltaron ministros que, como el Obispo Rangel, predicasen atrocidades contra los patriotas. Que vociferen los que arriesgan la pelleja es justo; pero no que los ministros de Dios aticen el fuego. Como aquel que en una catástrofe daba alaridos: “¡Cállese, marica! ¡Quejarse por un pie torcido cuando ve muerto que no chilla!”,
Preparó un hombre una cena en honor de uno de sus amigos y de sus familiares. Y su perro invitó también a otro perro amigo.






