LOS VALORES DE LA REINA

Había una reina tan buena, que guiada por la luz divina brindaba con sus valores y conocimientos decoro al trono; y con su ejemplo, una gran lección a sus súbditos.
Estableció la reina un premio para aquel que en el año transcurrido hubiese hecho la más perfecta obra de caridad, teniendo la certeza que así lograría una gran enseñanza.
Al cumplirse el plazo, ya estaba reunida toda la corte en torno a la reina; se acercó uno y dijo que había edificado en su pueblo un gran hospital para los pobres. El corazón de la reina saltó de gozo, y preguntó si el hospital estaba terminado: - Sí señora - contestó el interrogado-, sólo falta colocar la placa con letras: “Construido el edificio, gracias a fulano de tal”. La reina le agradeció y se presentó otro concursante, quien dijo que había costeado a sus expensas un cementerio en su pueblo, que no tenía. Alegrose la reina, preguntándole si estaba concluido. Le contestó que sí, y que sólo faltaba pintar el mausoleo que edificó para él y su familia. Enseguida, se presentó una señora. Dijo que había recogido a una pobre niña huérfana, que se moría de hambre, y la había criado dándole el lugar de la hija que nunca tuvo.
-¿Y la tienes contigo? -preguntó la reina.
-Sí, mi reina, -contestó la mujer- es tan buena que cuida la casa y me asiste con esmero; y la quiero tanto, que no consentiré que se case ni se separe de mí mientras viva.
Gozaba la reina esta caridad, cuando la distrajo un barullo: el gentío abría paso a un hermoso niño que arrastraba a una pobre anciana, la cual se esforzaba por zafarse y huir del castillo.
-Quiero -dijo el niño- traer a su majestad a la que ha de merecer el premio que habéis instituido para la mejor obra de caridad.
- ¿y quién es esa persona, hermoso niño? -preguntó la reina.
Es esta pobre anciana -contestó, con tierna dulzura, el niño.
-Nada hice -dijo, molesta, la anciana- soy una pobre limosnera.
- y no obstante, mereces el premio -dijo, decidido, el niño.
- ¿Pues qué ha hecho? -preguntó la reina, queriendo ser justa.
-¡Me ha dado un pedazo de pan! -respondió el niño.
-¡Ya veis, señora -exclamó la anciana-, un burdo mendrugo!
-Es verdad, -repuso el niño- ¡pero fue el único pan que tenía!
La reina alargó conmovida el premio a la piadosa mendiga; y el niño, que era el Niño Dios, se elevó al cielo, bendiciendo a la reina que premiaba a la humilde anciana, que bien lo merecía. Fin
Fernán Caballero
