EL APRENDIZ DEL BRUJO

Hace mucho tiempo, en un lejano país, vivió un brujo que tenía fama de ser el hombre más sabio que había en muchas millas a la redonda.
Pasaba la mayor parte de su tiempo estudiando los viejos libros; y luego, en el laboratorio, ensayaba nuevos conjuros y creaba pócimas nuevas.
Tenía ese brujo un joven aprendiz, que le hacía las labores domésticas y lo ayudaba en el laboratorio.
Era un muchacho despierto cuya mayor ilusión era llegar a ser en el futuro un gran brujo como su maestro.
Un día, el brujo salió al bosque a recoger unas hierbas para sus pócimas. Pero antes de salir pidió a su aprendiz que trajera agua del pozo para llenar la tina.
Cuando el joven se vio solo, decidió entrar en el laboratorio del brujo. ¡Qué experiencia tan excitante!
Allí estaban las redomas en las que el brujo realizaba sus mezclas. Allí estaban los libros llenos de fórmulas mágicas. Y allí estaban el gorro y la varita mágica del brujo. Lleno de emoción, el aprendiz tomó la varita, se puso el gorro, buscó en un gran libro un antiguo conjuro y, dirigiéndose a una escoba que había en un rincón, pronunció unas palabras mágicas:
BAMBUI, BAMBUA, CARAMBI, CARAMBA
Al instante, la escoba cobró vida, cogió dos baldes, se dirigió al patio y comenzó a llevar agua desde el pozo a la tina. El muchacho estaba feliz viendo los resultados de su experimento.
El joven mago siguió curioseando entre los frascos 70 del laboratorio hasta que, pasado un rato, sintió los pies húmedos. Entonces se dio cuenta de que la escoba continuaba acarreando agua a pesar de que la tina estaba ya llena y el agua cubría el suelo de toda la casa.
El aprendiz dirigió la varita hacia la escoba y pronunció nuevamente las palabras mágicas. Pero la escoba proseguía su labor sin inmutarse. Intentó entonces pronunciar la fórmula mágica al revés; pero la escoba continuaba con su tarea. Desesperado y sin saber qué hacer, el joven aprendiz tomó un hacha y partió la escoba en cien pedazos.
No había pasado ni un minuto cuando cada trozo de la escoba cobró vida, cogió unos baldes y se dirigió al pozo a coger agua. Ahora eran cien escobas las que arrojaban agua sobre la tina.
Cuando el brujo regresó a su casa, se encontró con un espectáculo terrible. Todo su laboratorio estaba inundado y su joven aprendiz, con el agua hasta el cuello, se esforzaba por salvar su vida.
El mago extendió los brazos y pronunció un extraño conjuro .Y al instante, las escobas dejaron de moverse y las aguas regresaron al pozo. Sólo el aprendiz quedó allí tumbado en el suelo, aturdido, medio ahogado.
Sin decir ni media palabra, el joven se levantó, agachó la cabeza, cogió el balde y se dirigió al pozo a coger agua para llenar la tina, bajo la atenta mirada de su maestro.
J.W GOETHE
