EL DUENDECILLO Y EL ESTUDIANTE

Érase un estudiante pobre que vivía en una buhardilla, y un tendero -dueño de la casa- que tenía como huésped a un duende; al cual en Navidad, le obsequiaba papas con mantequilla. Llegó el estudiante a comprar queso. Leyó el papel de la envoltura y descubrió -con estupor- que era la hoja de un libro de poesía. “Llevaré el libro y no el queso -dijo el chico-.Es un crimen. De poesía sabe menos que ese balde”.
Al duende le molestó esto. Por la noche, cuando todos dormían, entró el duende y encantó a todos los objetos de la tienda. Tocó al balde y le dijo: “¿No sabes lo que es poesía?”.-Claro que lo sé -respondió el balde-. Es una cosa que ponen en la parte inferior de los periódicos y que la gente recorta.
Todos los demás objetos apoyaron al pobre balde. -¡Y ahora, al estudiante! -pensó el duende; y subió a la uhardilla. Miró por el ojo de la cerradura y lo vio que estaba leyendo eI libro adquirido la tienda. ¡Qué claridad irradiaba de él! Del libro emergía un vivísimo rayo de luz que iba transformándose en un poderoso árbol que cobijaba adolescente.

-¡Pero él no tiene papas, ni mantequilla! -resolvió.
Pero desde ese día ya no pudo estar en paz. Apenas veía brillar la luz en la buhardilla, subía a mirar por la cerradura; y siempre se sentía rodeado de una luz divina. ¡Qué dicha sería estar junto al estudiante! Quiso quedar con él, pero al pensar en las papas y la mantequilla decidió a favor del tendero. Una noche despertó al duendecillo un alboroto horrible.
Había estallado un incendio. La alarma era espantosa. La mujer del tendero estaba tan consternada, que se quitó los aretes de oro y se los guardó en el bolsillo para salvar algo. El tendero tomó sus billetes; y la criada, su mantilla de seda. El duende corrió, se metió en la habitación del estudiante, cogió el libro y -metiéndoselo en el gorro rojo- lo sujetó con sus manos: el gran tesoro estaba a salvo. Luego subió a la punta de la chimenea y allí estuvo, iluminado por las llamas.
Entonces, reparó dónde tenía su corazón; a quién le pertenecía. Pero cuando el incendio cesó y hubo vuelto a sus cabales, pensó: «No, puedes irte de aquí: las papas, la mantequilla».
Entonces, fue un auténtico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero: por las papas la mantequilla.
Hans Christian Andersen
