EL ROSAL DE SANTA ROSA

En un espacio ocioso, Rosa cultivó su jardinillo. Las rosas, según Garcilaso, no se producían en el Perú.
Grande fue la sorpresa de Rosa al ver que había brotado un rosal en su huerto; de cuyos retoños se proveyó la gente para adornar sus cabelleras. Y hasta el empirismo médico le descubrió virtudes, pues sus hojas secas se guardaban para la curación de complicadas dolencias.
Cuentan que cuando en 1669 presentaron a Clemente IX el expediente para su beatificación, murmuró...
- ¿Santa y limeña? ¡Hum! Tanto da una lluvia de rosas.
Y perfumadas hojas cayeron sobre él. Así nació su afán por ella, pues firmó su beatificación (12 de febrero de 1669) y su nominación como Patrona del Perú, reformando la Carta de Urbano VIII para acelerar la canonización.
Muerto Clemente IX legó en su testamento una suma para erigir en Pisto ya, su ciudad, una capilla a Santa Rosa. El dominico Parra, en su “Rosa Laureada”, (Madrid, 1760) dice que la primera firma que como monarca puso Felipe IV fue para pedir la beatificación de Rosa.
En febrero de 1672, siendo virrey el Conde de Lemus, se celebró la canonización; y las calles se pavimentaron con barras de plata, cotizadas en ocho millones de pesos.
Años después, Pedro de Valladolid y Andrés Vilela, dueños del lote, lo cedieron para edificar su Santuario. El rosal se llevó al jardín del convento de los dominicos.
Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
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