EL AHIJADO DE LA LUNA
Hace muchísimos años, vivía en una aldea de la serranía una viuda indígena y su hijo. Desde pequeño, él se había distinguido por su bondad, pero tenía un defecto que hacía sufrir a su madre, era miedoso y por eso lo llamaban Pishishungu, que significa tímido.
Cierta tarde, mientras pastaban las llamas cerca del páramo, Pishishungu se entretuvo mirando unas aves que nadaban y no se dio cuenta que la noche se acercaba. Lleno de miedo al sentir la oscuridad, comenzó a bajar con sus animalitos. De pronto, vio a una viejecita que llevaba un gran cántaro de agua con dificultad.
Pishishungu le ayudó a llevar la vasija y ella aceptó agradecida. Cuando se acercaban a la aldea, la viejecita le dijo:
- Has demostrado tu bondadoso corazón y por ello quiero concederte algo que te haga feliz.
-¿Lo que yo más quiera? -preguntó el muchacho, abriendo sus ojos.
- Lo que más deseas en esta vida -respondió la anciana.
-Pues, yo quisiera ser valiente como mi padre -contestó Pishishungu.
-Entonces, pon mucha atención a lo que voy a decirte:
En las faldas de esta montaña existe una fuente de agua mágica.
Desde tiempos antiguos han llegado hasta ese lugar hombres de tu tribu, con el fin de hundirse en sus aguas maravillosas en busca de salud, fortuna y valor. En luna menguante, al llegar la medianoche, encamínate hacia ese lugar.
Lo reconocerás porque en sus orillas habitan unos sapos enormes y negros, de cabezas aplanadas
Húndete en las aguas y no hagas caso de lo que veas u oigas, yo te protegeré. Después de hacer lo que yo te indico serás sano, fuerte y valiente como deseas.
-¿Cuál es tu nombre, señora? -le dijo Pishishungu.
-Me llamo Quilla y desde ahora serás mi protegido.
Dicho esto, la viejecita desapareció tras los árboles y él corrió a casa.
Cuando llegó donde estaba su madre, le contó lo que había sucedido. En el momento en que el muchacho le decía que la viejecita se llamaba Quilla, la madre palideció, abrazó a su hijo y temblando exclamó:
-Mi hijito querido, te has encontrado con mama Quilla, la Luna, y tendrás que cumplir su mandato porque si fallas, enloquecerás. Mañana es luna menguante y deberás ir solo hasta la posa sagrada del Catequil, y hacer lo que ella te indicó.
A la siguiente noche el pequeño Pishishungu salió hacia la fuente del Catequil... llegó junto a la posa sagrada o Cuichisamana y se desnudó. Invocó la ayuda de la Luna y se metió a las oscuras aguas. Desde el fondo empezó a hervir el agua en medio de rayos y truenos.
Pishishungu sentía ganas de salir corriendo, pero recordaba la locura que sobre él caería si escapaba... Catequil, el genio de las aguas, desencadenó del fondo del pantano todos los animales acuáticos que habían permanecido estancados desde la noche de luna tierna...
Primero apareció la rana de dos cabezas que con sus lenguas venenosas envolvió todo el cuerpo de Pishishungu. Siguieron las alimañas y cada una le iba dando una cualidad buena para su persona.
Por fin, apareció la enorme serpiente Llucti, con su lengua de fuego y le causó dolor...
No pasó mucho rato, cuando entre las sombras, apareció la anciana Quilla que con su dulce voz Dijo:
-Desde hoy serás, además de valiente, bondadoso, sano y fuerte. La buena suerte te acompañará y podrás ser feliz toda tu vida. En adelante te llamarás Sinchi, que quiere decir fuerte y yo te protegeré siempre. Cuando me necesites alza tu vista al cielo y allí estaré yo, brillando en la noche, lista para la para ayudarte.
Dicho esto, la viejecita desapareció y el joven catequillado regresó a la casa, donde su madre lo esperaba angustiada.
-¡soy otro, madre! – gritó el chico. He perdido el miedo y me siento feliz. Ahora mi nombre es Sinchi, pues así lo dispuso la diosa QuillaLa madre sonrió dichosa y abrazó a su hijo.
Graciela Eldredge

Sucedió en la hacienda San Pedro Alejandrino, en una tarde de diciembre de 1830.
Enviaron los lobos una representación a un rebaño de carneros, prometiéndoles hacer una paz permanente si les entregaban a los perros. Los carneros aceptaron, exceptuando a un viejo carnero que les reclamó a los lobos:
Fray Pedro Marieluz nació en Tarma, en 1780. Educose en el noviciado y en, 1805 recibió las órdenes sacerdotales.
Intentaban los lobos sorprender a un rebaño de carneros. Pero gracias a los perros guardianes, no podían conseguirlo. Entonces decidieron emplear su astucia. Enviaron unos delegados a los carneros para pedirles que les entregaran a sus perros diciéndoles:
El escritor boliviano D. C. Balsa relata la broma que tres lindas chuquisaqueñas le dieron al libertador Bolívar. Ese día evoca la cristiandad la degollina de los “Inocentes”, cuyo número (según San Juan) subió a ciento cuarenta y cuatro mil parvulitos, en edad del destete.
Llamaron los lobos a los perros y les dijeron:
Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chávez, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se reunían todas las tardes en Cajamarca, donde estuvo preso Atahualpa desde el 15 de noviembre de 1532 hasta su muerte, el 29 de agosto de 1533. Jugaban ajedrez en dos tableros, toscamente pintados, y las piezas eran del barro empleado para la alfarería.
Se alistaban lobos y perros a luchar. Eligieron los perros como general a un perro griego. Pero éste parecía no tener prisa en iniciar la batalla y por ello le reclamaron.
Seríamos distraídos si no describimos la entrada a la ciudad de un virrey. El primero que entró con ceremonial fue don Andrés Hurtado de A Mendoza. Llegados de México o España recalaban en Paita y a caballo hasta Santa; de allí, enviaban los pliegos y títulos para el virrey saliente o la Audiencia.
Estaba un león muy furioso, rugiendo y gritando sin ninguna razón.
Andrés Hurtado de Mendoza, virrey del Perú, fue tenaz en ser casamentero. Una tarde, -al visitar al oidor Santillán- recibiolo su sobrina Beatriz, hembra de buen ver, viuda recatada y hacendosa, sin hijos, codiciable de rostro y cuerpo.
EI virrey de Castelfuerte llegó al Perú en 1724, con la reputación de malas pulgas. Al día siguiente de instalado en palacio surgió el capitán de guardia alarmado, avisándole que en la puerta principal lucía un cartel injurioso. El virrey sonrió.
Hasta medianos del siglo XVI, los más castizos prosistas castellanos decían. “Rezan cartas”, cuando un hecho eran referidos epístolas.






