WARA Y EL SUDOR DEL SOL
Wara tenía los ojos fijos en una piedra dorada que relucía entre las aguas de la orilla. El Lago Sagrado estaba tan azul y transparente que la piedra parecía estar muy cerca, al alcance de su mano. Pero cuando su pequeña mano penetró en el agua helada, Wara comprendió que se había engañado. La piedra estaba muy lejos todavía. Entonces, una morena sonrisa floreció en su cara.
Se quedó agitando el agua cristalina con su mano. Miles de espejitos de agua formaban ruedas de brillos y se volvían a formar. Un agradable calorcito entibiaba sus espaldas. Miró hacia el Sol, estaba alto todavía y sus ovejas comían tranquilamente en los pastizales de la orilla.
De pronto, sintió que se resbalaba de la orilla y que se hundía entre las aguas. Siguió sumergiéndose sin poder detenerse y con sorpresa comprendió que nadaba como un pez. No se ahogaba. El transparente azul verdoso de las aguas le ofrecía miles de caminos a seguir. Los peces y las verdes ranas no se asustaban al encontrarla allí.
Más bien, parecían indicarle por dónde tenía que ir, formando uno tras otro una hilera. y por allí se deslizó su pequeño cuerpo. Era como un laberinto y como un juego: bajaban, subían, a la izquierda una gran vuelta, a la derecha una picada. Hasta que... al fondo del Lago, muy al fondo, vio a un hombre. Él estaba sentado sobre un pequeño promontorio. Era viejo, moreno, con blancos cabellos en la cabeza. Tenía una mirada triste. Su cuerpo estaba cubierto con un manto de algas.
- ¡Por fin alguien llega! -dijo el hombre en aymara.
Wara, que comprendió las palabras, se quedó sorprendida sin saber qué contestar.
- He esperado siglos que alguien viniera. Yo soy el guardián de los tesoros de Atahualpa y de lo que mandó recoger de todo el Imperio Incaico.
A mí me destinó el monarca para huir con los ornamentos del templo yesos vasos de oro que codiciaban los conquistadores. Soy Kjana – Chuima, el Yatiri de la leyenda.
-Cuando los vi llegar con todos sus cuerpos cubiertos de fierros y sus monstruos de cuatro patas; cargué el tesoro hasta la balsa, avancé hacia el centro del Lago Sagrado y vine hasta allá, arriba, mira, es el centro mismo del Titicaca - dijo señalando a lo alto. Wara sólo veía toneladas de agua verde sobre ella, pero, fascinada como estaba, entendió.
El Yatiri continuó:
- y derramé todos los adornos de las paredes del Templo del Sol, los vasos de oro delinca, todo nuestro esplendor sagrado, que ellos buscaban para convertirlo en dinero. Todo lo arrojé, todo. Y está aquí, ¿quieres verlo?
Más fascinada aún, Wara dijo: -Sí.
- No en vano he esperado tantos siglos -señaló el Yatiri, y se incorporó.
Parecía ser el dueño del agua y los peces. A un gesto suyo, los peces Imp•laron con sus coios e\ pequeño promontorio cubierto de algas y barro sobre el que, antes, estaba sentado el Yatiri Kjana-Chuima y aparecieron esplendorosos los brazaletes de las ñustas del Sol, las varias caras talladas del Inti y de Killa, en oro y plata.
-No sé quién merecerá recogerlo.
Si un hombre, una mujer o todo un pueblo -dijo el Yatiri.
- ¿No podré llevarlo yo?
- Sé que no. Aunque eres la única persona que me ha visitado, sé que no eres tú.
-¿Por qué?
-Porque habrá más signos todavía.
Las aguas se alborotarán, o los peces me dirán en su lenguaje, o el espíritu del Atahualpa bajará hasta el laberinto de agua en que está su tesoro.
Yatiri pareció sonreír y dijo: - Éste es el sudor del Sol, una pequeña gota solidificada en donde aparece su rostro. Cuélgalo en tu frente para que brillen más tus ojos negros.
-Gracias Yatiri Kjana... Kjana...
- ¿Es difícil pronunciar mi nombre? Ya no quieren los niños de mi pueblo hablar la lengua de sus padres. Lo sé. Pero te vaya decir un signo para reconocer al destinado hombre o pueblo que recogerá este tesoro.
Ese estará orgulloso de su idioma y de su raza. Así será. Y ahora, vete, ya no debes permanecer aquí.
- ¡No por favor! Esto es maravilloso. Quiero quedarme un tiempo más. ¡Nunca volveré a este lugar! ¡Tampoco te veré más!
-¡Vete! Ya va a caer el sol y probablemente la refrescante agua de la lluvia que, si viene con fuerza, no te permitirá salir.
Los peces volvieron a formar una hilera con sus cuerpos hacia arriba, perfectamente visibles a través de las puras y cristalinas aguas. Wara sintió como si le aspirara. Una extraña fuerza la hacía navegar entre las aguas hacia afuera.
Estaba allí, en la orilla del lago sagrado, con su mano entre las aguas heladas y cristalinas, mirando las piedras amarillas que giraban.
Se estremeció. Tuvo miedo de lo que había o no pasado... Wara tenía agitado el corazón. Un hermoso sueño la había perturbado. Pero al tocarse la frente, sus dedos tropezaron con una gota de Sol hecha oro, colgando desde sus cabellos. La desprendió, era el mismo rostro del Sol que Kjana - Chuima le había dado en el fondo del Lago sagrado y de sus sueños.
Gaby Vallejo