LOS TESOROS DE CATALINA HUANCA
                      
                       Pachacútec logró someter a los huancas, pero reconociendo por cacique a Oto Apu-Alava, Preso Atahualpa, envió Pizarro fuerzas a todo el imperio. Apu- Alaya no demoró en reconocerlo, a trueque de conservar sus títulos. Y Pizarro, sagaz político, se unió a él; llevando al bautizo, en calidad de padrino, a Catalina Apu-Alava o Catalina Huanca.
Pachacútec logró someter a los huancas, pero reconociendo por cacique a Oto Apu-Alava, Preso Atahualpa, envió Pizarro fuerzas a todo el imperio. Apu- Alaya no demoró en reconocerlo, a trueque de conservar sus títulos. Y Pizarro, sagaz político, se unió a él; llevando al bautizo, en calidad de padrino, a Catalina Apu-Alava o Catalina Huanca.
                      
                        Calcúlase en cien mil pesos los azulejos y maderas que donó para erigir el convento San Francisco; y asociada al arzobispo Loayza, el hospital de Santa Ana.
                      
                      
                        Los indios la trataban como reina y los españoles, por codicia, la respetaban al verla traer -de la Sierra a Lima- cincuenta acémilas cargadas de oro y plata.
                      
                      
                        Al cura de San Jerónimo, en 1642, e le avisó que el arzobispo Pedro Villa Gómez había nombrado un visitador.
                      
                      
                        Debían agasajarlo y no tenía los medios. Su sacristán, un indio viejo, asumió la congoja del cura.
                      
                      
                        - Déjate vendar, -le dijo- y te llevaré hasta un tesoro.
                      
                      
                        Pensó que el indio había bebido, pero acabó por ir con él. Tras idas y venidas para marearlo, bajaron a un subterráneo, le quitó la venda y el cura se quedó helado. Veía ídolos de oro en andas de plata y barras de este reluciente metal esparcidas por el suelo.
                      
                      
                        El visitador se quedó tres días de tanto boato.
                      
                      
                        Poco después, el cura empezó a perder peso y a divagar. ¿Y el sacristán?, como si la tierra se lo hubiera tragado.
                      
                      
                        Pensó el cura que el indio había sido el diablo, y regalo del infierno el oro y plata obsequiados. Y a tanto llegó su angustia, que se encaprichó en morirse y así lo hizo.
                      
                      
                        En el archivo de Ocopa está su testimonio sobre el tesoro que el diablo le hizo ver. Y existe en San Jerónimo la casa de Catalina Huanca. El pueblo cree que allí yace su tesoro; y siguen excavando para evitar que se críe moho.
                      
                      
                        Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
                      
 
                      
                      
                    


 
  
      
 
       
 
                     
                    
                  
 
  
 
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1 comentarios:
q es un bue cuento y q lo recominedo a todos
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