RIQUETE EL DE COPETE
Nació hace mucho tiempo un príncipe extremadamente grotesco y feo. Lo llamaron Riquete el del Copete, debido al mechón de pelo de su frente.
Su madre, la reina, estaba desolada. Pero un hada que asistió al nacimiento calmó sus preocupaciones:
- No tengas pena, pues le concederé el don del ingenio. Además, aquella persona que le conceda su amor será beneficiada asimismo con la agudeza y el juicio.
El mismo día, en un reino colindante nació una princesa cuya belleza no tenía parangón, sin embargo, al poco tiempo se descubrió la torpeza que la acompañaba.
El hada que había favorecido a Riquete, alivió la pena de la reina madre: - No sufráis, pues esta niña poseerá una belleza que aumentará con los días y además le concedo la capacidad de dotar de ese encanto a aquel que le entregue su amor.
Pasó el tiempo y ambos crecieron la fealdad de Riquete se había hecho más patente con los años, pero su ingenio había traspasado fronteras. La bella princesa que nació el mismo día había alcanzado una hermosura sin igual, y todo el mundo la conocía. Sin embargo, su necedad se había hecho tan grande que apenas podía abrir la boca por medio a perder l a compañía.
Cierto día, en el bosque, Riquete coincidió con la princesa, que también había elegido aquel día para pasear. Entablaron conversación y Riquete quedó prendado de la belleza de la princesa. Esta no podía imaginar mente más perfecta que la de aquel ser contrahecho. – mi dama sería muy feliz si accedieras a casarte conmigo – pidió él. – Es imposible – contestó ella, pues yo soy tan torpe que te arrepentirías enseguida.
- Reconocer la falta de inteligencia es todo lo contrario a una muestra de torpeza. Quizá no hayas valorado tu mente en lo que vale.
Además – añadió Riquete- me fue concedido el don de dotar a mi amada de ingenio. Y ciertamente, en ella noto una claridad mental que hasta el momento no había conocido.
- En ese caso… - pero la princesa no terminó la frase.
- Entiendo que no es decisión para tomar a la ligera – dijo Riquete – al comprobar que a la princesa no le agradaba demasiado su apariencia.
- Te emplazo aquí, dentro de un año, para que decidas si quieres casarte conmigo. La princesa aceptó y volvió al palacio, donde pronto se hizo notar el cambio. Se hizo muy popular, e incluso el rey, su padre le pedía consejo en temas de estado. Pasó el año acordado y la princesa, que ahora gozaba de una belleza espectacular y una mente ágil y despierta, había olvidado ya su condición anterior. Llegaron pretendientes de todos los confines del globo, pero uno en particular era inteligente, bondadoso apuesto y acaudalado y la princesa sintió gran inclinación por él.
Sin embargo, antes de tomar una decisión firme sobre él, decidió meditar en el bosque.
Paseando, la princesa escuchó las voces de hombres trabajando: - ¡Traigan más leña! ¡Aviven las hogueras! ¡Coloque las viandas! Curiosa, se acercó para averiguar el motivo de tanta algarabía. – se de Riquete el de Copete, son los preparativos de su boda mañana deposará a su prometida. La princesa había olvidado su acuerdo con Riquete, pero recordó cuando se encontró con el muchacho a unos pocos pasos de allí.
- Bella princesa, ¿has tomado una determinación respecto a nuestra boda? – preguntó él.
- Aún no – contestó ella titubeante.
- Quizá ayude a tu decisión saber que la misma hada que me bendijo con el don de otorgar inteligencia amada, te concedió la gracia de convertir agraciado a tu esposo. Y desde aquel momento, no se sabe si por encantamiento o por deseo, la princesa dejó de advertir las deformidades de Riquete.
La princesa no dudó más, y así se lo hizo saber a su padre y a toda la corte, que se reunió con el día siguiente en el bosque en el lugar que ya había preparado Riquete el de Copete para celebrar unos esponsales que llenaron de dicha la vida de los príncipes.
Charles Perrault
