El primer encuentro de Romeo y Julieta
ROMERO Y JULIETA
En Verona viven dos familias rivales: Los Capuleto y los Montesco. Un día Romeo, joven de la familia de los Montesco, asiste con una máscara a una fiesta en casa de los Capuleto. Allí ve a Julieta y se enamora de ella.
- ROMEO. (A un CRIADO.) ¿Quién es aquella dama que enriquece la mano de aquel galán?
- CRIADO. No la conozco, señor.
- ROMEO. ¡Oh! ¡Su hermosura brilla más que la luz de las antorchas! Acabo el baile, observaré dónde se coloca, y con el contacto de su mano haré dichosa la mía.
- TEOBALDO. (Refiriéndose a Romeo.) Ese, por su voz, es un Montesco. ¡Tráeme mi estoque, muchacho! ¡Lo mataré a estocadas!
- CAPULETO. ¿Es el joven Romeo?...
- TEOBALDO. ¡El mismo, ese villano Romeo!
- CAPULETO. Calma, gentil sobrino: déjalo en paz, pues se porta como un noble hidalgo.
- TEOBALDO. Pero tío, ¡eso es una vergüenza!
- CAPULETO. ¡Anda, anda! ¡Sois un muchacho impertinente!
Teobaldo sale. Mientras, Romeo habla con Julieta.
- ROMEO. (Cogiendo la mano de JULIETA.) Si con m i mano, por demás indigna, profano este santo relicario, he aquí mis labios, como dos ruborosos peregrinos, dispuestos a suavizar con un tierno beso tan rudo contacto.

- ROMEO. ¡Oh! Entonces, santa adorada, deja que hagan los labios lo que las manos hacen.
Romeo beso a Julieta e instantes después se acerca la Nodriza.
- NODRIZA. Julieta, vuestra madre os llama.
- ROMEO. ¿Ella es una Capuleto? (Alejándose.), ¡Oh, soy deudor de mi vida a mi adversario!
Julieta se acerca de nuevo a la Nodriza.
- JULIETA. Ven acá. ¿Quién era aquel caballero?
- NODRIZA. Se llama Romeo y es un Montesco. El único hijo de vuestro mayo enemigo.
- JULIETA. ¡Mi único amor, nacido de mi único odio! ¡Demasiado pronto lo vi y demasiado tarde lo he conocido!
Se oye una voz que llama a Julieta.
- NODRIZA. ¡Enseguida! Venid, salgamos.
Autor: William Shakespeare.

En esta fábulas aprenderás que no se debe de confiar de los consejos de otros

Desde las siete de la mañana se sentaba solo en el escaño menos visible del parquecito, fingiendo leer un libro de versos a la sombra de los almendros, hasta que veía pasar a la doncella imposible con el uniforme de rayas azules, las medias con ligas hasta las rodillas, los botines masculinos de cordones cruzados y una sola trenza gruesa con lazo en el extremo que le colgaba en la espalda hasta la cintura. Caminaba con una altivez natural, la cabeza erguida, la vista inmóvil, el paso rápido, la nariz afilada, con la cartera de libros apretada con los brazos en cruz contra el pecho, y con un modo de andar de venada que la hacía aparecer inmune a la gravedad. A su lado, marcando el paso a duras penas, la tía con el hábito pardo y el cordón de San Francisco no dejaba el menos resquicio para acercarse. Florentino Ariza las veía pasar de ida y de regreso cuatro veces al día, y una vez los domingos a la salida de la misa mayor, y con ver a la niña le bastaba.





