EL LABRIEGO Y LA RIADA
Hace más de un siglo, en la región de Verona se registraron terribles crecidas e inundaciones a causa de enormes nevadas caídas en los Alpes, seguidas de un rápido deshielo. Los ríos, que bajaban impetuosos y rugientes de las faldas de las montañas, se salían de madre y arrollaban cuanto se oponía a su paso.
Entre otras desgracias, la riada se llevó un puente del Adigio, pero dejó en pie la parte central sobre la cual estaba edificada la casita del encargado de cobrar los derechos de peaje, quien, con su familia quedó cercado por las aguasen una especie de islita de madera que de un momento a otro podía ser arrastrada por el enfurecido río.
El atribulado funcionario, su esposa y sus hijos se asomaban a las ventanas de la casucha, agitando desesperadamente los brazos y gritando para pedir auxilio a los que los miraban desde lejos. Pero aunque muchos deseaban socorrerlos; ninguno se atrevía a cruzar la corriente.
El conde de Pulverini, noble de la región, llegó a la orilla y ofreció un premio en dinero a quien salvase a la familia; pero no había quien tuviese el valor de enfrentarse a la crecida.
En aquel momento, un labriego de otra parte del país que llegaba de viaje divisó el puente, se acercó al río y viendo el peligro que corría aquella pobre gente, saltó .a un bote y empuñando los remos bogó hacia la casa del puente, destrozado. Como la corriente era tan fuerte, aquel valiente necesitó esfuerzos y valor casi sobrehumanos para llegar después de mucho tiempo a los rotos pilares del puente que aún sostenían la casucha.
-¡Ánimo, ánimo! -dijo a la asustada familia para darle confianza; y, por fin, tras llegar al lugar, logró colocarlos en el bote.
Faltaba solo el viaje de retorno, más peligroso que el de ida, porque el bote iba recargado; pero si la fuerza y destreza del labriego eran grandes, mayores eran aún su determinación y valor; así que, por fin, pudo conducirlos a todos a la orilla.
La multitud prorrumpió en exclamaciones de alegría y aplauso, y el conde se adelantó con la recompensa prometida; pero el labriego, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, aunque sí su bravura y la sublime abnegación de sus hechos heroicos, rehusó el regalo diciendo:
-No he expuesto mi vida por dinero. Puedo trabajar para mantener a, mi familia. Dad el dinero a esos pobres que lo han perdido todo.
Y así, aquel hombre esforzado no solo salvó a la familia del vigilante del puente, sino que además, con su generosidad, les proporcionó, dinero suficiente para formar un nuevo hogar.
W.M. Jackson, INC

EL LEÓN Y EL JABALÍ
Amanecía el sábado 5 de junio de 1880. Los rayos del sol caían sobre una casita modesta, en la falda del cerro Arica. Un soldado del batallón de Tacna era su centinela. Su humilde moblaje era una tosca mesa de pino, unos sillones desvencijados, una banca y una cama de campaña.
Sorprendió un león a una liebre que dormía tranquilamente. Pero cuando estaba a punto de devorarla, vio pasar a un ciervo. Dejó entonces a la liebre por perseguí al ciervo. Despertó la liebre ante los ruidos de la persecución, y no esperando más emprendió huida.
Los dominicos enseñan una estampa de la Virgen llevando, en vez de corona, un sombrerito de piel. Veamos:

La batalla de Huamachuco, último y heroico esfuerzo de patriotismo peruano, se libró ello de julio de 1883. Poco más de dos mil peruanos, a órdenes de Cáceres -con pocas armas y municiones, y sin bayonetas- emprendieron ataque contra la división del chileno Gorostiaga.
Un mosquito se acerco a un león y le dijo:
Junio de 1821, se habían iniciado las negociaciones de Punchauca entre el virrey la Serna y San Martín; recibiendo los patriotas, acantonados en Huaura, el siguiente santo y seña: “Con días -y ollas- venceremos”. Para todos -excepto Monteagudo, luzuriaga, Guido y García- era algo disparatado, y los más benévolos se alzaban de hombros murmurando: “¡Extravagancias del general!”.
Un boyero que apacentaba un hato de bueyes perdió un ternero. Lo buscó, recorriendo los alrededores sin encontrarlo
De clavo tal puñalada que no llegas al “sunicuijo”; era una frase a la que no encontrábamos, no diremos entripados, pero sí sentido común.







