ALICIA

- ¡No hay sitio! ¡No hay sitio!
- ¡Hay sitio de sobra! - replicó Alicia indignada, sentándose a la mesa.
La Liebre de Marzo ofreció vino a Alicia.
- ¿Te apetece un poco de vino?
- No veo que haya vino - respondió Alicia.
- No lo hay - replicó la Liebre.
- Entonces, ha sido usted poco amable al ofrecerme vino -dijo Alicia enojada.
- Tú tampoco has sido muy amable al sentarte a esta mesa sin haber sido invitada - repuso la Liebre.
A todo esto, el Sombrerero, que había estado observando a Alicia con gran curiosidad, le dijo:
- ¡Necesitas un buen corte de pelo! - ¡Hacer comentarios personales es de muy mala educación! - contestó Alicia.
Al oír esto, el Sombrerero abrió desmesuradamente los ojos, pero todo lo que dijo fue:
- ¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escribir?
- ¡Vaya! -dijo Alicia-. Me alegro de que les guste jugar a las adivinanzas. Pensaré en la solución.
- ¿Cómo? ¿Vas a decirnos la solución? - preguntó sorprendida la Liebre-.
Entonces, debieras decir lo que piensas.
- Eso es lo que hago - replicó Alicia-.
Al menos, pienso lo que digo, que, después de todo, viene a ser lo mismo.
- ¿Lo mismo? - intervino el Sombrerero-o
¡De ninguna manera! Si así fuera, también daría igual decir “veo cuanto como” que “como cuanto veo”.
Todos quedaron en silencio, mientras Alicia se esforzaba en recordar todo lo que sabía sobre cuervos y mesas de escribir.
En esto, el Sombrerero sacó un reloj de bolsillo, lo miró con ansiedad, lo remiró, lo sacudió violentamente y se lo llevó al oído una y otra vez:
- ¿A qué fecha estamos hoy? - preguntó.
- Hoy estamos a cuatro - respondió Alicia.
- ¡Dios mío! Este reloj lleva ya dos días de retraso - suspiró el Sombrerero.
Y, volviéndose molesto hacia la Liebre, añadió:
- ¡Te dije que no pusieras mantequilla en la maquinaria del reloj!
- ¡Qué reloj más raro! -observó Alicia-.
¡En vez de las horas marca los días!
- ¡Y por qué no habría de hacerlo! - murmuró malhumorado el Sombrerero-.
¿Acaso tu reloj marca los años?
- ¡Claro que no! -respondió Alicia-. Pero eso es porque un año dura mucho tiempo.
- Pues eso es precisamente lo que le pasa al mío.
Alicia se quedó muy desconcertada. Lo que decía el Sombrerero no tenía sentido, y, sin embargo, no se podía decir que no estuviera perfectamente dicho.
El Sombrerero volvió a dirigirse a Alicia:
- ¿Tienes ya la solución de la adivinanza?
- No, me doy por vencida. ¿Cuál es la respuesta?
- No tengo la menor idea -dijo el Sombrerero,
- Ni yo tampoco - añadió la Liebre.
Alicia se molestó:
- Creo que podrían ustedes hacer algo más útil que malgastar el tiempo con adivinanzas que no tienen solución.
LEWIS CARROLL
