FRANCISCO BOLOGNESI
Amanecía el sábado 5 de junio de 1880. Los rayos del sol caían sobre una casita modesta, en la falda del cerro Arica. Un soldado del batallón de Tacna era su centinela. Su humilde moblaje era una tosca mesa de pino, unos sillones desvencijados, una banca y una cama de campaña.
Sentado junto a la mesa y señalando un plano, estaba un anciano de marcial gesto.
Vestía pantalón grana, paletó azul y quepí con la insignia de jefe de mando superior.
Era el coronel Francisco Bolognesi.
- Mi coronel, -le dijo un oficial- está el emisario enemigo.
- Que pase -contestó Bolognesi y se puso de pie.
Era el sargento mayor Cruz Salvo, que anunciaba:
Señor coronel, una división de seis mil de nuestros hombres está a tiro de cañón de la plaza.
- lo sé -dijo con voz serena Bolognesi-, aquí somos mil seiscientos, decididos a salvar el honor patrio. - Pero el honor no impone sacrificios: nuestra ventaja numérica es de cuatro a uno y ello justifica una capitulación, la que se hará honrando al vencido y al vencedor.
- Estoy resuelto “a quemar el último cartucho”.
Más tarde convocaba a una junta de guerra a sus jefes. Allí presentó, sin exagerar, el sombrío cuadro. Y les indicó su decisión de “quemar el último cartucho”.
La palabra resuelta de Bolognesi halló resonancia en los viriles corazones de Joaquín Inclán, Justo Arias, Guillermo More, Mariano Bustamante y Ramón Zavala:
- ¡Combatiremos hasta morir! -fue su emotiva respuesta.
Grito repetido por los más jóvenes, como: los hermanos Cornejo, Ricardo
O' Donovan, Armando Blondel y Alfonso Ugarte; mancebo que, perdida toda esperanza, clavó el acicate del corcel que montaba, cayendo en la inmensidad del mar.
Y todos, en la sangrienta como gloriosa hecatombe de Arica, - al igual que Bolognesi - cayeron mirando el pabellón de la patria y balbuceando el nombre querido del Perú.
Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
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