EL LABRIEGO Y LA RIADA
Hace más de un siglo, en la región de Verona se registraron terribles crecidas e inundaciones a causa de enormes nevadas caídas en los Alpes, seguidas de un rápido deshielo. Los ríos, que bajaban impetuosos y rugientes de las faldas de las montañas, se salían de madre y arrollaban cuanto se oponía a su paso.
Entre otras desgracias, la riada se llevó un puente del Adigio, pero dejó en pie la parte central sobre la cual estaba edificada la casita del encargado de cobrar los derechos de peaje, quien, con su familia quedó cercado por las aguasen una especie de islita de madera que de un momento a otro podía ser arrastrada por el enfurecido río.
El atribulado funcionario, su esposa y sus hijos se asomaban a las ventanas de la casucha, agitando desesperadamente los brazos y gritando para pedir auxilio a los que los miraban desde lejos. Pero aunque muchos deseaban socorrerlos; ninguno se atrevía a cruzar la corriente.
El conde de Pulverini, noble de la región, llegó a la orilla y ofreció un premio en dinero a quien salvase a la familia; pero no había quien tuviese el valor de enfrentarse a la crecida.
En aquel momento, un labriego de otra parte del país que llegaba de viaje divisó el puente, se acercó al río y viendo el peligro que corría aquella pobre gente, saltó .a un bote y empuñando los remos bogó hacia la casa del puente, destrozado. Como la corriente era tan fuerte, aquel valiente necesitó esfuerzos y valor casi sobrehumanos para llegar después de mucho tiempo a los rotos pilares del puente que aún sostenían la casucha.
-¡Ánimo, ánimo! -dijo a la asustada familia para darle confianza; y, por fin, tras llegar al lugar, logró colocarlos en el bote.
Faltaba solo el viaje de retorno, más peligroso que el de ida, porque el bote iba recargado; pero si la fuerza y destreza del labriego eran grandes, mayores eran aún su determinación y valor; así que, por fin, pudo conducirlos a todos a la orilla.
La multitud prorrumpió en exclamaciones de alegría y aplauso, y el conde se adelantó con la recompensa prometida; pero el labriego, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, aunque sí su bravura y la sublime abnegación de sus hechos heroicos, rehusó el regalo diciendo:
-No he expuesto mi vida por dinero. Puedo trabajar para mantener a, mi familia. Dad el dinero a esos pobres que lo han perdido todo.
Y así, aquel hombre esforzado no solo salvó a la familia del vigilante del puente, sino que además, con su generosidad, les proporcionó, dinero suficiente para formar un nuevo hogar.
W.M. Jackson, INC
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