MOSQUITA MUERTA

Así era. En la puerta que da a la Plaza Mayor leíase: “Aquí se amansan leones”.
El virrey ordenó a su plumario:
- Ponga debajo y con iguales letrones: “Cuando se cazan cachorros”.
Pasaron meses y no se hacía sentir la autoridad del virrey. Su fama inicial parecía mentirosa y ya se decía que no pasaba de ser un memo, del cual se podía hacer jiras y recortes.
¿La Audiencia acordaba un disparate? El virrey decía: “Cúmplase, sin chistar”. ¿El Cabildo mortificaba a los vecinos?
Su excelencia contestaba: “Ameénnn”. ¿La gente de orgullo cometía un exceso? “Licencia tendrá de Dios”, murmuraba.
No quería quemarse la sangre ni armar camorra. Era un pánfilo, un bobalicón. Así llegó a creerlo el pueblo, tanto, que asomó un nuevo pasquín que decía: “Este carnero no topa”.
El virrey sonrió y como antes, hizo poner debajo: “A su tiempo topará”. Y ¡vaya si topó! De una plumada ahorcó a ochenta en Cochabamba; se le vio en Lima, liderando su escolta, matar a frailes franciscanos. Se las tuvo tiesas con el clero, Audiencia, Cabildo y hasta con la Inquisición.
Pero los rigores calmaron. Develados los gatuperio s de un empleado de hacienda, el virrey actuó con paños tibios, sin castigar al delincuente. Los pasquinistas le pusieron: “Este gallo ya no canta, se le secó la garganta”. Y, por costumbre, mandó escribir debajo: “Paciencia, ya cantará y a algunos les pesará”.
Y examinó cuentas, hurgando la conducta de los que manejaban fondos, metiendo en la cárcel a todas las manos sucias. No tuvo el Perú un virrey más justiciero, más honrado y temido que el que principió haciéndose la mosquita muerta.
La que pinta su prestigio y el miedo que inspiraba es una décima muy conocida en Lima, atribuida a un fraile agustino:
“Ni a descomunión mayor, /ni a vestir el sambenito, /tiene pena ese maldito endurecido pecador. / Mandinga que es embaidor lo sacó de su caldero: /vino con piel de cordero teniéndola de león. / Mas ¡chitón, la pared tiene agujero!”.
Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
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