UN ELEFANTE Y MUCHAS HORMIGAS.

Pero al subir al autobús chiquitito de las hormigas, lo partió en cuatro. Las ruedas volaron por el aire, las ventanas giraron como ventiladores, el techo se estropeó, los boletos se convirtieron en papel picado. Las hormigas, enojadas, llamaron a toda la población. Gritaban: “¡Esto no puede ser! Que nosotras mismas rompamos nuestros autobuses no es tan grave, pero que un extraño del país de los elefantes venga a destrozar nuestros autobuses es vergonzosos, increíble y catástrofe”. El elefante o sabía qué decir. Bajaba la trompa para disculparse, pedía perdón en todos los idiomas que sabía.
Mientras el pobre seguía disculpándose, las hormigas, enormes caravana, treparon por sus patas, le invadieron el lomo, la trompa, la cabeza y las pestañas.
El elefante, confundido y sin saber qué hacer, les expidió que él solo había querido conocer el famoso museo de las hormigas. Luego, se puso a caminar. Las hormigas que llevaba encima se quedaron mudas se sorpresa…
Margarita Belgrano.
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