25/08/2010

ALICIA EN EL PAIS DE LA MARAVILLAS.

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ALICIA EN EL PAIS DE LA MARAVILLAS.
Sucedió una tarde calurosa de verano. Cerca del lago Esmeralda, una joven y su hermana pequeña se sentaron a la sombra de dos árboles grandes.
- Aquí estaremos bien – dijo Ana, la mayor.
- Sí, y la vista es muy bonita – admitió Alicia.
La niña, con expresión soñadora, contemplaba el revoloteo de los pájaros; Ana, en cambio, tenía ganas de hacer cosas, y sacó el texto de Historia, verdadera pesadilla de su hermanita.
- Hoy nos toca repasar las lecciones cinco y seis.
- ¡Qué fastidio! – se quejó Alicia.
Poco le importaban a Alicia las hazañas de los etruscos, de modo que se dejó mecer por el run – run de su hermana, la caricia del viento y el chapoteo de las aguas del lago; se quedó profundamente dormida.
Distinguió Alicia la figura de un conejo blanco que corría. Su mano izquierda portaba un paraguas, la derecha sostenía un reloj despertador.
- ¡Llego tarde, llego tarde! – repetía el conejo.
Fascinada por su aspecto, Alicia le siguió, inventando a Dinah, su gato, a hacer lo mismo. ¿Adónde iría el conejo? Seguramente a una fiesta de gran gala…
- ¡Fíjate, Dinah! ¡Se mete en aquel árbol! – exclamó Alicia, al ver que el conejo desaparecía por un agujero abierto en el tronco de un castaño.
El gato, poco amigo de jaleos, no quiso aventurarse por allí.
- Está bien, Dinah. Seré yo quien se arriesgue. Si al cabo de una hora no he salido, da la voz de alarma.
Se asomo al interior del tronco, y no vio nada porque la oscuridad era total. Decepcionada, balanceó su cuerpo hacia adelante con demasiado ímpetu, perdió el equilibrio… ¡y cayó por un abismo sin fin!
Cerró los ojos y, al abrirlos de nuevo, distinguió una sala de grandes dimensiones. Se puso a caminar al azar, y pronto dio con una puerta de roble que permitía el acceso a un pasillo. En uno de sus recodos, divisó al conejo blanco y salió en su persecución. Al fondo, muy lejos, el conejo blanco se introdujo por una puerta pequeñísima, y desapareció.
La niña, demasiado grande para entrar por ella, contuvo un grito de rabia- giró en redondo, y miró por doquier. Debajo de la única mesa que había en la sala, vio una caja entreabierta con un rótulo que decía: “Cómeme”. Volcó su contenido – una galleta corriente – y cumplió la recomendación. Al punto, sintió que aumentaba de tamaño. Cuando dejó de crecer, veía la mesa tan abajo que sufrió vértigo.
- ¡Oh, qué mala pata! ¡Ahora no podré salir jamás de aquí! – gritó pesarosa.
Allá lejos, sobre la mesita, creyó ver un frasco azul con una etiqueta que decía: “Bébeme”. Por fin, cuando sus lágrimas cesaron, volvió a fijarse en el frasco y decidió probar. De un trago, apuró el brebaje. Al instante, se sintió menguar con rapidez.
En un principio, supuso que recobraría su tamaño normal, pero la boca del frasco subía hacia ella y pronto comprendió que iba a caer dentro.
Así sucedió, en efecto, y Alicia quedó reducida a una pobre figurilla encerrada entre cristales.
Un extraño bamboleo empezó a marearla. ¿Qué era aquello? Miró con atención a su alrededor, y descubrió el motivo de su malestar: ¡el frasco era arrastrado hacia la puerta por una gran corriente!
Sus lágrimas de antes eran el origen de la inundación. Lo que a escala normal debían ser simples gotitas en el suelo, se convirtieron en un impetuoso raudal al proceder de una gigantona como ella. La puerta, diminuta a su llegada, parecía enorme ahora.
Hubo un choque violentísimo, y la niña salió despedida del frasco, justo hacia la cerradura. Su cuerpecillo, a merced del líquido rugiente, transpuso la entrada y se aproximó a una especie de cascada. Atrás quedaban el frasco, la puerta y su cerradura.
El salto por la cascada introdujo a Alicia en el País de las Maravillas, un mundo de magia y color, donde nada era imposible.
Su inmersión en la Charca de las Ostras duró breves segundos, los suficientes para admirar a un corrillo de ostras verdaderamente chocante. Dichos animales, provistos de conchas semejantes a cunitas de bebé, escuchando las historias de una ostra gigante.
Alicia nadó en aquellas aguas sin dejar de preguntarse sobre las ostras. Cuando ganó la orilla, divisó un pelícano que reía sin motivo aparente. Algo más lejos, varios cangrejos cuchicheaban sobre ella, como extrañándose de su presencia.
Un pajarraco se subió a un peñasco y llamó a los presentes a grandes voces. Fumaba de su pipa, y vestía ropas anticuadas. En pocos momentos, le rodearon animales de todas clases que, bajo su dirección, rompieron a cantar y a bailar alegremente.
- Son simpáticos, pero dicen bobadas – comentó Alicia en voz alta, tras escucharles un buen rato -.
Más me valdrá seguir adelante; lo mismo encuentro la manera de volver a mi estatura normal.
Se internó en un jardín poblado de flores y plantas maravillosas; dada su propia pequeñez, le parecía enorme. Algo más allá, varios caballitos voladores vigilaban el inicio de un sendero empedrado de oro, que conducía al Estanque de los Prodigios.
- ¿Qué bonito sois? – exclamó Alicia, aproximándose a ellos, y observó que todos acupaban un balancín de nácar, similar a una mecedora sin respaldo.
- ¡Es verdad! – dijo alguien. Se volvió, y halló una mariposa deslumbrante, cuyas alas eran inmensas.
- ¿Quién eres? – preguntó cordialmente Alicia.
- La Mariposa Modelo de este jardín, para servirte.
- Como veo que eres de fiar, voy a pedirte un favor:
Mira, estoy buscando huna hierba, una planta, o algo que me permita recobrar mi tamaño normal. ¿Podrías aconsejarme? – rogó Alicia.
- Sígueme – dijo la Mariposa Modelo.
No tuvieron que desplazarse mucho, pues el hongo escogido por la Mariposa Modelo crecía tras la primavera revuelta del sendero. Alicia trepó a él ágilmente.
- Si comes de ese lado, crecerás; si del otro, menguarás de tamaño. Como desconozco la dosis que te conviene, prueba uno y otro hasta lograr tu talla.
La niña comió del borde indicado en primer lugar, y creció mucho más de lo necesario; tomó una pizca del borde opuesto, y mejoró bastante la cosa. Nuevos tientos la dejaron en su tamaño exacto.
- ¡Ya está! – exclamó Alicia, satisfecha.
Por lo que pudiera suceder en el futuro, se guardó sendos trocitos de hongo en el bolsillo de su delantal. Se despidió, agradecida, de la Mariposa Modelo, y reanudó sus exploraciones por el País de las Maravillas.
El acceso al Estanque de los Prodigios estaba prohibido, y Alicia escogió otro sendero. En uno de sus recodos, tropezó con la pareja más chocante que podáis figuraros: Sombrero Loco Y Liebre de Marzo.
Ambos lo pasaban de órdago, a juzgar por sus continuas risitas y chistes. Sombrero Loco servía litros de té a la liebre, y está le correspondía con canciones disparatadas.
- ¡Hola, hermosa niñita! – saludaron al verla- ¡Ven a tomarte una taza de té con nosotros!
- Sois muy amables – agradeció Alicia - ¿Qué estáis celebrando?
- Muchas cosas a un tiempo. Nuestra alegría de vivir, la belleza del paisaje, y el “no - cumpleaños” – explicó Sombrero Loco, sonriente.
- ¿El “no cumpleaños”? – se extrañó Alicia.
- ¡Claro, nena! Durante el año hay un cumpleaños y trescientos sesenta y cuatro “no-cumpleaños”. ¿Por qué celebrar sólo el primero?
A la taza de té ofrecida, se sumaron muchas otras, bien aderezadas con tonterías, adivinanzas del mas gusto, e, incluso, bromas pesadas a costa de ella. Como es natural, Alicia se hartó muy pronto de la fiesta.
Un laberinto de caminos se abrió poco después ante ella, componiendo dibujos que recordaban a los signos de una baraja. Rombos, corazones, tréboles y picas se sucedían con orden.
Naipes encontró algo más lejos, vivos y emprendedores como criaturas humanas. Brocha en mano, pintaban de rojo las flores de un rosal.
- ¿Por qué hacéis eso? – les preguntó Alicia.
- La Reina es muy caprichosa, y ahora se le ha puesto entre ceja y ceja llenar su cámara de flores rojas – repuso un naipe, observándola de reojo.
- Pero habrá en otro sitio – se figuró ella.
- Ni una sola. Hasta ayer mismo, las odiaba.
- Yo no haría caso a una señora tan chalada- opinó Alicia.
- Porque no la conoces – afirmó el as de trébol.
- Tiene por costumbres cortar la cabeza a los rebeldes. O le llevas la corriente, o estás perdida.
- Lo que digo, tenéis por Reina a una mentecata – insistió Alicia, mientras cogía una brocha abandonada, y se unía al grupo de pintores.
A punto ya de concluir su tarea, oyeron el rumor de pasos marciales que se acercaban.
- ¡La Reina! – gritó el dos de rombos.
Tras el escuadrón de escolta, surgió un conejo blanco provisto de un trompeta. Alicia le reconoció inmediatamente. ¡Era el que la indujo a meterse en el hueco tronco del árbol! Al ver sus ínfulas de heraldo de la Corte, entendió el motivo de sus prisas: temía llegar tarde al acto que ahora iba a desarrollarse, descuido que tal vez le habría costado el cuello.
Su agudo toque de trompeta ensordeció a los presentes. Después, con voz estentórea, anunció:
- ¡Su serenísima, graciosa, ilustre, sublime y excelsa Majestad… La Reina de Corazones!
Se trataba de una mujer gorda, feísima y huraña a más no poder. Desde un principio, cayó mal a Alicia, y se ofendió por el desparpajo con que ésta le hablaba.
Alicia admitió que sabía jugar al croket, deporte favorito de la Soberana. La partida entre ambas se hizo obligaba… con todas las ventajas para Su Majestad.
Se preparó todo lo necesario. Flamencos rígidos como postes hacían de mazos; las pelotas eran obedientes erizos, y los aros, simples naipes arqueados.
Ni que decir tiene que Alicia siempre cargada con el peor material disponible. Su “mazos” se volvían blandos a la hora de golpear la “pelota”, y ésta daba tumbos por la hierba en vez de rodar; y cada lanzamiento suyo encontraba un “aro” huidizo.
La Reina de Corazones tenía que ganar la fuerza, pero antes de finalizar la partida rodó al suelo con su fofa mole. Tanto impulso quiso dar Su Majestad al golpe, cayó arrastrada por su propia fuerza.
- ¡Aaaay! – gritó la Soberana, al despanzurrarse-. ¡Daré trabajo al verdugo! ¿Quién ha sido el culpable?
Alicia estalló en sonoras carcajadas, incapaz de contenerse. No sentía miedo ante el poder real.
- ¡Has sido tú! – aulló la gorda, al verla reír-. ¡Qué le corten la cabezaaa!
- - ¡Yo no he sido! – protestó la niña -. ¡Además soy extranjera y tengo derecho a un juicio!
- ¡Sí, muy bien, un juicio! – palmoteó el Rey consorte, con cara de niño.
La Reina de Corazones, juez, jurado, fiscal y abogado defensor a la vez, emitió su sentencia un minuto después de haber comenzado la sesión:
- En vista de las pruebas presentadas, considero mi deber condenarte a muerte.
- ¿Qué pruebas ni qué deber? ¡Esto es una comedia! – gritó Alicia, poniéndose en pie.
Sin esperar a más, Alicia aprovechó la confusión para huir. Los soldados no pudieron capturarla, y ella corrió a través de los setos, envuelta en una niebla cada vez más espesa.
La niebla se hizo muy densa, y ella se sintió caer por un abismo profundo. Imágenes y rostros del País de las Maravillas danzaban a su alrededor…
- ¡Alicia, despierta! ¡Alicia! ¡Alicia!
Un último parpadeo, un primer sobresalto, y Alicia dejó atrás su más hermoso sueño. Fuera, aguardaban Ana, los árboles cercanos a su hogar y su libro de Historia.
Charles Lutwidge Dodgson

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