NO TENER CARA EN QUÉ PERSIGNARSE
Ay, hija... Estoy tan pobre que “no tengo ni cara en qué persignarme”, era frase corriente entre las abuelas; con la que exageraban lo menesteroso de su situación.
De mis investigaciones filosóficas he sacado el origen de la frasecilla:
Hallábase en el hospital de Santa Ana una enferma, llegada a tal punto de flacura, que cuando se pasaba la mano por el enjuto rostro decía suspirando:
“¡Ay, ya esta cara no es la mía!”.
Antes de acudir al asilo había poseído unos realejos que se evaporaron en médicos y menjunjes de botica; pero las maldicientes aseguraban que no le faltaban arracadas de brillantes, collarín de perlas panameñas, sortijas con piedras finas y otros chamelicos de oro. Y añadían las muy bellacas que, al refugiarse en el hospicio, enterró las alhajitas como quien guarda pan para mañana.
El runrún de hablillas llegó a oídos del capellán, Quien al momento de confesar a la moribunda, le dijo:
- Persígnate, hija.
La enferma no atinaba con sus facciones, y hacíase en la boca la cruz Que la frente exigía. El capellán tuvo Que guiarle la mano para Que se persigne en regla.
A mitad de confesión insinuó el padre:
- Me han dicho, hija mía, Que tienes algunos teneres, y si esto fuese cierto harías bien en hacer testamento.
La pobre mujer lo miró con sorpresa y dijo:
- ¿Qué he de tener padre? ¿No ha visto que no tengo ni cara en Que persignarme? y así nació el refrán limeño.
A propósito de cara, recuerdo el refrán numismático Que usaban las abuelitas cuando Querían ponderar el número de navidades que persona carga a cuestas. Decir de una mujer, por ejemplo: “Fulana no tiene cara ni sello”, era declararía moneda antigua, fea y gastada.
Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
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