EL FABRICANTE DE DOLORES

Juan era un experto fabricante de dolores. Sabía hacerlos en todos los modelos y para todas las necesidades. Había empezado desde chiquito y ahora, que era grande -tenía años- ya contaba con bastante práctica.
La historia empezó cuando entró en el nido. Eso de quedarse en un lugar nuevo con personas que no conocía, por más que tuvieran mandil a cuadritos y fueran niños como él, no le hacía ninguna gracia. Así que, ni bien su mamá salió por la puerta, Juan comenzó a lloriquear. Y entre lágrimas y pucheros, sintió algo así como una cosquillita en el estómago. No era un dolor ni mucho menos, solamente una cosquillita. Pero Juan se concentró y poco a poco se fue convirtiendo en un dolor de estómago bastante aceptable, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de la primera vez que fabricaba uno. Así que, sin perder tiempo, Juan le avisó a la maestra, la maestra le avisó a la mamá y enseguida lo vinieron a buscar. Tuvo que tomar un jarabe feísimo, pero no fue al nido en un par de días. Juan aprendió el oficio y, en poco tiempo, se dio cuenta de que no todos los dolores servían para cualquier ocasión. Por ejemplo un dolor de cabeza era excusa para no hacer las tareas, pero no servía para no tomar la sopa. Para que se le pasara, uno tomaba unas pastillitas bien ricas. En cambio, un dolor de muelas servía casi siempre para no ir a la escuela, para no hacer los encargos, para no juntar los juguetes después de usarlos. Pero entonces lo llevaba al dentista y eso era un problema, a pesar de que el doctor era muy simpático y no usaba demasiado aquel instrumento parecido un taladro.
A Juan no le gustaban las pruebas: para no darlas, fabricaba sus dolores de mejor calidad. Ese día tenía una prueba dificilísima de Matemática. Por más que había estudiado, no se acordaba de las tablas de multiplicar. Así que decidió llegar a clase con un buen dolor de estómago, mucho mejor que aquel del primer día de nido. Como podía dar el examen, la señorita lo dejó sentarse atrás. Juan se quedó más tranquilo. Desde ahí, veía cómo sus compañeros sacaban una hoja y copiaban los ejercicios del pizarrón. Después de todo, parecían bastante fáciles...
¿Y si él también sacaba una hoja? Mientras hacía las cuentas, el dolor de estómago se le iba yendo. Cuando entregó la prueba, no le dolía ni un poquito.
Más tarde, el equipo de su barrio, “Los mejores de la cuadra”, jugaba un partido contra “Los invencibles del campito”. Era el último del campeonato: se jugaban el título. Juan ya había avisado que le dolía la rodilla, así que lo pusieron de suplente.
Pero Matías, el titular, se había caído y tenía en serio una pierna enyesada. No tuvo más remedio que jugar.
Nervioso y con dolor de rodilla, Juan jugó. El partido se ganó 3 a 0: dos de los goles los hizo Juan, que, a los cinco minutos del primer tiempo se dio cuenta de que “Los Invencibles del Campito” no eran tan fieros como los pintaban. Del dolor de rodilla ni se acordó. Desde entonces, Juan no fabricó más dolores.
Fue una lástima porque dejó sin estrenar uno precioso, de garganta, que tenía preparado para cuando lo llamasen al frente a dar lección de Historia.
Miriam Lewin
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