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EL PRECIO DEL HUMO – 24 DE JUNIO DÍA DEL CAMPESINO

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El día del campesino
Un día, un campesino fue a la ciudad a vender sus productos. De regreso a casa, entro en una posada a descansar un rato. Como era día de mercado, la posada se encontraba llena de gente.
- ¿Qué quieres comer? – le preguntó el posadero.
- Una hogaza de pan y un jarrito de vino - respondió el campesino.
Mientras el posadero se alejaba, el campesino fijó sus ojos en un pavo que estaba asándose en el horno y que desprendía un olor delicioso. ¡Cuánto le gustaría comerse un poco de aquel pavo! Pero… ¡Cuánto costaría!
Al cabo de un rato, el posadero regresó con el pan y el jarrito de vino. El campesino empezó a comer sin poder apartar los ojos del pavo… ¡olía tan rico!
De pronto, tuvo una idea. Se levantó con el pan en la mano y se acercó al fuego. Colocó el pan sobre el humo que despedía el pavo y espero unos minutos. Cuando el pan se impregnó bien de aquel olor tan suculento, lo retiró del fuego y se dispuso a comer: Pero al ir a morderlo oyó una que gritaba:
- Te crees muy listo, ¿verdad? Intentabas engañarme, pero tendrás que pagar lo que me has robado.
Los gritos del posadero despertaron la curiosidad de la gente.
Las conversaciones se interrumpieron y todo el mundo miró hacia los dos hombres.
- Yo… yo no te he quitado nada. Te pagaré el pan y el vino – dijo el campesino.
- Sí, claro… ¿y el humo qué? ¿Acaso no piensas pagarlo?
El campesino, sin salir de su asombro, intentaba defenderse:
- ¿Cómo que el humo no vale nada? Todo lo que hay en esta posada es mío. Y quien lo quiera, debe pagar por ello.
En ese momento, un hombre sabio que se encontraba comiendo en la posada con otro caballero intervino en la discusión:
- ¡Cálmate, posadero! ¿Cuánto pides por el humo?
- Me conformo con cuatro monedas – respondió satisfecho el posadero.
El pobre campesino exclamó preocupado:
- ¡Cuatro monedas! Es todo lo que he ganado hoy:
Entonces el hombre sabio se acercó al campesino y le dijo algo en voz baja.
El campesino abrió su bolsa y le dio sus cuatro monedas al sabio.
- Escucha, posadero – dijo el sabio haciendo sonar en su mano las monedas – Ya estás pagado.
“¡Clin, clin!”, sonaban las monedas en manos del sabio.
- ¿Cómo que ya estoy pagado? ¡Dame las monedas!
- ¿Las monedas? – preguntó el sabio - . ¿Acaso el campesino se comió el pavo? Él sólo cogió el humo. Pues para pagar el humo, bastará con el ruido de las monedas.
Y ante las risas de todos, el posadero no tuvo más remedio que volver a su trabajo y dejar marchar tranquilamente al campesino.
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