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LA CIUDAD Y LA BALLENA

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LA CIUDAD Y LA BALLENA

Desde hace muchísimo tiempo, en lo profundo de la más remota historia, aún mucho antes de que los abuelos de nuestros abuelos fueran niños de brazos, los habitantes de la ciudad ya conversaban con las ballenas.
Hoy nosotros nos comunicamos con nuestra ballena, la ballena de la paz.
Todos podían hacerlo, sin importar la edad o el oficio. Desde los pescadores, los marineros, y los estibadores del puerto, hasta las vendedoras de pescado, los artesanos, los músicos callejeros y los niños de las escuelas. Era posible lograrlo de la manera más sencilla: amándolas.
Cada ciudadano tenía una ballena amiga, y esta ciudad no es pequeña.
En épocas de su paso por la ensenada del puerto, era una maravilla ver el mar tapizado hasta el horizonte con los cuerpos inmensos que se movían lentamente en aguas purísimas.
Nuestra cuidad se llenaba con los amores más grandes del mundo. Esa época coincidía también con los matrimonios en la ciudad, de manera que existían vínculos de amistad entre parejas de personas y parejas de ballenas. Al año siguiente, los casados el año anterior presentaban a los hijos, se celebraban bautizos y los lazos se estrechaban con el compadrazgo. Por eso cada niño le correspondía a un ballenato que había venido al mundo simultáneamente con él.
Las ballenas llegaban cumplidamente cada año, con sus canciones y sus historias de millones de años, que no ocultaban una cierta nostalgia de la tierra sobre la cual una vez habitaron. Cantaban siempre a la vida y nosotros respondíamos con conciertos y serenatas nuestra añoranza del mar de donde una vez salimos.
En tiempo reciente nos hemos ido quedando huérfanos de ballenas. Algo terrible estaba pasando en los amores del mundo.
Menos y menos ballenas cada año.
Era mayor el número de niños que nacían y se quedaban sin una ballena para que fuera su compañera, su amiga, para los tiempos de tristeza o de alegría.
Más y más noticias de desapariciones y matanzas en el vientre de enormes barcos.
Hoy sólo queda una para toda la ciudad.
Sin embargo, recobramos la emoción de otros tiempos cuando llega la época de la migración y la única ballena que queda en nuestro mar aparece en el desolado horizonte donde pesa tanto la ausencia de sus hermanas.
Es nuestra ballena, la ballena de la paz. La vemos balanceándose plácida entre las olas y la espuma, como un islote que eleva alegre el surtidor de vida, la blanca nube de vapor que se levanta blanquísima y se convierte en llovizna cuando resopla.
La cuidad entera se engalana y se llena de banderas y de flores. Las altas torres almenadas, las azoteas y los balcones que se levantan por encima de las murallas se transforman en un canto de colores a nuestra amiga, la ballena.
Todo nuestro pasado quedó reducido a una ceremonia del presente, que llamamos de la hermandad de la ballena. Los pobladores salimos en botes, canoas, balsas y planchones con cargamentos de pétalos y guirnaldas de flores. En todas las embarcaciones ondean las banderas, los estandartes, los banderines y gallardetes bordados con el símbolo de nuestra ciudad: una torre almenada sobre una ballena, el fondo mitad fondo azul cielo, mitad verde aguamarina.
El desfile sale desde el muelle, flota en las aguas quietas de la ensenada y se acerca lentamente a la ballena que espera, como con una sonrisa, la llegada de sus amigos. Los niños son los encargados de lanzar florecillas alrededor del gran cetáceo.
Esa es una experiencia que los niños jamás olvidan. Queda grabada para siempre en el alma la sensación de poner la palma de la mano sobre ese cuerpote inmenso. Las yemas de los dedos añorarán por los siglos el contacto con la piel tibia y carrasposa de caracolejos y coralillos.
Sabemos que somos hermanos de esa gigantesca cantidad de vida, enorme como un buque que respira, resopla, y mira con ojos inmensamente tiernos. Ella lagrimea cuando entiende que es una de las últimas de su especie, de las pocas que quedan sobre los anchos mares del planeta, y tal vez por eso en su canción alaba la vida y sabe que estaremos siempre a su lado.
El enormazo animal se deja amar y flota durante todo el día en aguas de pétalos que semejan, por su multitud de colores, un arco iris derretido. 
Celso Román - Colombia

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