
Angelita se acercó al lugar de los juegos. Vio que unos cuantos muchachos ya habían tratado de subir por el palo ensebado sin ningún resultado. La niña alzó la mirada. El palo era tan alto que parecía llegar hasta las nubes.
En la punta, cintas de colores se mecían alegremente con el viento. Angelita dio dos paso, decidida, y empezó a trepar.
A pesar de lo que oía, la niña seguía trepando, agarrándose fuertemente con sus manos y rodillas. Se hizo un silencio total.
Solo se oía su respiración, aunque le dolían muchos las piernas y los brazos.
Subió y subió hasta que, por fin, llegó a la canasta con todos los premios. La gente vitoreaba y aplaudía la destreza y valentía de Angelita.
Ella empezó a lanzar hacia el suelo todo lo que allí se hallaba:
Luego, se deslizó con cuidado por el poste y llegó a tierra. Su hermano se acerco y le dijo:
- ¿Ves, Angelita? Hasta los premios era sólo para varones.
Pero todos los niños la miraban con admiración y respeto.
Esto fue para Angelita el mejor premio del mundo.
Se limpió el sudor de la frente con un brazo sonriendo, feliz, le dijo a su hermano:
- Tienes razón, Lalo, pueden quedarse ustedes con los premios, después de todo… son cosas de hombres.
Se metió las manos en los bolsillos y fue a contarle a su madre lo sucedido. Caminaba con paso seguro, mientras lanzaba un silbido desafinado y triunfante.
Edna Iturralde.
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