EL PEZ DE ORO

-Déjame volver al agua - le suplicó el pez.
-Nunca -dijo el hombre-. Nadie ha, pescado jamás un pez de oro. Gracias a ti seré rico.
-Ya eres rico - le contestó el pez -
He puesto en tu cabaña un tesoro.
Devuélveme al agua.
-¿Y de qué me servirá un tesoro en una miserable cabaña? -preguntó el hombre.
-Ya no es una cabaña -respondió el pez-.
Acabo de convertirla en un castillo.
Devuélveme al agua.
-¿Y para qué pueden servirme un tesoro y un castillo, si no tengo nada para Comer?
-preguntó el hombre.
-He puesto una gran despensa en tu castillo
y en ella encontrarás los más exquisitos manjares -dijo el pez-. Así que déjame volver al agua.
-En ese caso te devolveré al agua.
Y libró de la red al pez de oro.
-Pero, cuidado - le advirtió el pez -
No reveles este secreto a nadie. No importa quién te pregunte. Si cuentas la verdad, lo perderás todo.
El hombre regresó a su casa. Donde antes se encontraba la cabaña, ahora se elevaba un gran castillo. Su mujer salió a recibirle.
-¿Qué ha ocurrido? - preguntó ella.
-No preguntes -respondió el marido - y abre enseguida la despensa.
En la despensa encontraron carne, pasteles, frutas y vino. El hombre y su mujer se sentaron a la mesa, y comieron y bebieron hasta saciarse.
-¿De dónde viene todo esto? -preguntó la mujer.
-No trates de averiguarlo -respondió
Pero la mujer continuó haciendo preguntas noche y día, mostrando tal insistencia que, al final, el hombre tuvo que ceder.
-Te voy a contar la verdad: pesqué un pez de oro que me dio todas estas riquezas a cambio de devolverle la libertad.
-No puedo creerlo -dijo la mujer.
-En ese caso, mira a tus espaldas.
Y cuando la mujer volvió la cabeza, vio que el castillo había desaparecido y en su lugar se encontraba otra vez la vieja y miserable cabaña.
Alan Garner - Los hermanos de oro
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