Cuento Popular
La reina miraba el paisaje desde su ventana. La nieve lo abarcaba todo, y unas flores rojas bailaban sobreviviendo al viento. La reina saboreaba los colores, la blancura más pura, un rojo violento, el marco negrísimo de su ventana. Y pensó que tenía muchas ganas de tener un bebé. Poco tiempo después nació su primera hija. Tenía la piel blanca como la nieve, labios más rojos que las flores y una melenita tan negra como la ventana. Blancanieves nació, pero murió su madre.Al año, el rey volvió a casarse. La nueva reina era muy linda, y lo sabía demasiado. Tenía un espejito dorado al que siempre le preguntaba:
- Espejito, dime una cosa: ¿Quién es la más hermosa? Y el espejo contestaba con palabras de caballero:
- La más hermosa es mi reina, la más linda de la tierra.
Si no le hacía reverencias de rodillas era solamente porque los espejos no tienen manos ni pies. La reina se empalagaba con la voz señorial de su espejo, que decía verdades tan verdaderas. Sonreía y se miraba más y más. Blancanieves creció; se hizo una mujercita dulce y bellísima. Era tan suave como tímida; buscaba la compañía de los gatos y los pájaros del palacio. La madrastra la envidiaba. Vivía haciéndole escándalos a su esposo por cualquier tontería. “Que a ella le regalaste dos aros y a mí un solo collar, que le dices ‘mi angelito’, que le dedicas más tiempo.” Pero estalló de rabia el día en que el espejo dijo:
- Para mí es la reina, la más hermosa. Pero dicen que Blancanieves es más linda que las rosas.
Por si andaba mal, la reina lo sacudió y le preguntó de nuevo. Pero el espejo, un poco mareado contestó lo mismo.
- ¡Vidrio tonto! – le gritó, y lo tiró sobre la cama.
Entonces llamó a un cazador y le ordenó matar a Blancanieves y traerle pruebas de su muerte. El cazador llevó a Blancanieves al bosque. Pero cuando le apuntó sintió lastima. Bajó su arma y le dijo que desapareciera entre los árboles y no volviera nunca más, porque si no lo iban a despedir y tendría que conseguir otro trabajo. Mató un cervatillo y llevó su corazón a la madrastra, diciéndole que era el de la niña. Blancanieves era hija única. Y además, princesa. O sea, siempre había doncellas pendientes de los que quisiera. Sola en el bosque rodeada de sombras y aullidos extraños, tuvo mucho miedo. Caminó y caminó hasta encontrar una cabañita al pie de un árbol. Tenía una puerta muy pequeña, de madera pintada. “Una casa de muñecas”, pensó Blancanieves. Y entró agachada. Había una mesita, con siente sillitas, con siete almohadoncitos, y cada uno tenía bordado un nombre cortito. Había siete platitos con pancito y sopita. Blancanieves tenía mucha hambre, y probó un poquito de cada platito con cubiertos del tamaño de un dedo meñique. Pero ella no tenía un estomaguito y, con hambre, se fue a dormir. La camita le quedaba chica y tenía que dormir sentada. Pero la mini frazada era más abrigo que la inmensidad del bosque. A la noche se oyeron pasitos y unas vocecitas remendadas preguntaron ordenadamente:
- ¿Quién se sentó en mi sillita?
- ¿Quién comió mi pancito?
- ¿Quién usó mi cuchillito?
- ¿Quién se tomó mi agüita?
- ¿Quién me comió una arvejita?
- ¿Quién se lavó los dientes con mi cepillito?
Los enanos se asesaron los unos a los otros, hasta que el séptimo gritó: - ¡Alguien está durmiendo en mi camita! Al ver a Blancanieves dormida, les dio mucha ternura y cuchichearon en secreto con sus voces petisas:
- Es un hada.
- Es Santa Celeste del Bosque.
- Es una sirena perdida.
- Es una mariposa disfrazada.
- Es una princesa
- Es una estrella caída del cielo.
- ¡Es mía!
Cuando Blancanieves despertó, vio catorce ojos sonriéndoles. Los enanos le cantaron siete veces buenos días. Empezó el que tenía la voz más ronca, y terminó uno que sonaba como hormiguita resfriada. Después le sirvieron una tacita de chocolate caliente. Ella contó su historia y ellos le ofrecieron quedarse, a condición de que cocinara, limpiara, planchara, cosiera, encerara y lavara las cucharitas y las servilletitas. Blancanieves no tenía muchas opciones, y además los enanos le habían caído bien. El invierno pasó, Blancanieves se esmeraba en sus tareas, y los enanos se iban a trabajar y volvían con alimentos. Pero la vida no es tan simple. Un día la reina preguntó a su espejo:
- Espejito, dime una cosa: ¿Quién es la más hermosa? El espejo contestó con su voz de galán:
- La más bella es Blancanieves, que vive con siete enanos del tamaño de una mano.
La reina se puso loca. – ¡Espejo sucio y rayado! – le gritó, y lo tiró sobre el sofá. Entonces se disfrazó de vieja campesina y fue al bosque, llevando una manzana tan brillante y roja como los labios de Blancanieves, pero tan envenenada como su corazón. Cuando llegó frente a la cabaña, vio a la niña limpiando la ventana. Y golpeó la puerta. La madrastra le ofreció la manzana con una sonrisa de propaganda de dentífrico. Blancanienves no tenía mucha hambre, pero no quiso rechazar a la pobre vieja. Y la mordió. Al instante cayó al suelo, envenenada de pies a pestañas.
El cielo se oscureció y los árboles del bosque se volvieron azul grisáceos. Los enanos, al verla tirada, se desesperaron. Le echaron agua, trataron de revivirla, pero Blancanieves siguió igual. El espejo de la madrastra volvió a decir:
- La más hermosa es mi reina, la más linda de la tierra.
Blancanieves no se movía. No respiraba. Pero su cara era tan linda y tranquila como si soñara algo suavecito. Los enanos la pusieron en una cajita de cristal y la llevaron a un claro del bosque, pensando que el sol podría darle energía.
Un príncipe pasó por allí y vio a Blancanieves, con el rostro tan natural, pero tan dormida. Se quedó a su lado y junto a los enanos, todos los días, le pasó agua por la frente y los labios, buscó el lugar donde el sol acariciaba tibio y el viento refrescara lo justo. Un día Blancanieves abrió sus ojos. De a poquito estuvo cada vez más fuerte y siempre igual de hermosa. Los enanos se dieron cuenta de que el príncipe no se iba y que pasaba todo la tarde con Blancanieves. Ella andaba distraída tanto así que limpiaba los pisos con sopa caliente y hacia tartas de jabón y queso. Los enanos primero se pusieron celosos, pero cuando les contaron que estaban de novios, les prepararon una cena romántica con música de mandolinas.
Y la madrasta se puso violeta cuando el espejito le dijo:
- La más linda es Blancanieves que se casará con el príncipe. La fiesta será en el bosque con enanos, pizza y magia.
Fin
Autor: Los Hermanos Grimm
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