21 de agosto de 2010

LA HISTORIA DE SAID

Tweet
En esta historia encontraras un gran hombre que sólo queria tener conocimientos, pero le llega a pasar muchas cosas para conseguirlo...
Oh, grande y magnifico Sultán, ya que me has recibido en tu palacio con infinita hospitalidad, te diré que mi nombre es Said y que nací en una aldea cercana a Bagdad. Desde joven sentí en mi corazón la necesidad de adquirir más conocimiento y, para lograrlo, me dirigí a la casa de un sabio. Al llegar, le dije:
- ¡Sufí, eres un hombre sabio! Permíteme tener parte de tu conocimiento para que pueda hacerlo crecer y convertirme en una persona valiosa, pues me siento que no soy nada.
El sabio me contestó:

- Puedo darte conocimiento a cambio de algo que yo necesito. Tráeme una pequeña alfombra, pues debo dársela a alguien que posee un saber mayor.
Así, pues, partir en busca de la alfombra. Llegué a una tienda que las vendía y le dije al dueño:

- Dame una alfombra pequeña. La necesito para dársela al sabio Sufí, quien la necesita para dársela a alguien que ya posee un saber mayor.
El mercader de alfombras me dijo:

- Tú me hablas de tus necesidades, pero ¿Qué hay de las mías? Yo necesito hilo para tejer la alfombra. Tráeme un poco y te ayudaré.

De modo que partí nuevamente en busca de alguien que me pudiera dar hilo. Cuando llegué a la choza de una hilandera, le dije:

- Hilandera, dame hilo. Lo necesito para el mercader de alfombras, quién me dará una alfombra para el sabio Sufí, quién se la dará al alguien que posee un saber mayor.
La mujer respondió:

- Tú necesitas hilo, pero ¿y yo? Yo necesito pelo de cabra para hacerlo. Consígueme un poco y tendrás tu hilo.
De modo que nuevamente me puse en marcha hasta encontrar a un pastor de cabras, a quien le conté mis necesidades. Luego de escucharme, el pasto dijo:

- Tú necesitas pelo de cabra para comprar conocimiento, pero yo necesito cabras para proveer pelo. Consígueme una cabra y te ayudaré.
Entonces, Salí en busca de alguien que vendieran cabras. Cuando encontré al vendedor, en la feria del pueblo, le expliqué mis dificultades. El hombre me escuchó con gesto de desagrado y luego me respondió:

- ¿Qué me importan a mí esas historias de alfombras, hilos y conocimiento? Yo no tengo mis propias necesidades. Si tú puedes satisfacerlas, entonces hablaremos de cabras.
- ¿Cuáles son tus necesidades? – le pregunté.
- Necesito un corral donde guardar mis cabras de noche, pues se están extraviando por los alrededores. Consígueme un corral y luego pídeme una o dos cabras.
Así pues, partí en busca de un corral. Mis averiguaciones me condujeron hasta un carpintero quien me dijo:

- Si puedo fabricar un corral para la persona que lo necesita. Pero te podrías haber ahorrado todas esas historias. No tengo ningún interés en alfombras, ni conocimiento. Sin embargo, tengo un gran deseo. Si me ayudas a conseguirlo, fabricaré tu corral.
- ¿Y cuál es tu deseo? – pregunté
- Quiero casarme, pero parece que nadie quiere casarse conmigo. Consígueme una esposa y te ayudaré.
- Desalentado, me senté en la plaza del pueblo sin la menor idea acerca de cómo conseguirle una esposa al carpintero. Estaba sumergido en mis reflexiones cuando reparé en un hombre sentado cerca de mí. Tenía el aspecto de un próspero mercader, pero sus ojos mostraban sufrimiento. Me sentí conmovido y, sin saber muy bien por qué , le hablé:
- Por tu mirada, veo que estás en apuros. Yo nada tengo. Ni siquiera puedo conseguir un poco de hilo cuando me hace falta. Pero pídeme lo que necesites y haré todo lo que pueda para ayudarte.
- Sabrás, buen hombre – dijo el mercader-, que tengo una hija muy hermosa. Ella sufre una enfermedad desconocida que la está llevando hacia la muerte. Conócela y quizás puedas curarla.
Era tal la angustia del mercader y tan grande su esperanza, que lo seguí hasta el hecho de la joven y me quedé a solas con ella. Entonces ella dijo:

- No sé quién eres, pero siento que quizás puedas ayudarme. Estoy enamorada de un carpintero que es así y así, pero temo que mi padre no lo apruebe porque es muy pobre.
Inmediatamente, comprendí que ese era el carpintero a quien le había pedido que hiciese el corral para las cabras. Por lo tanto, fui a buscar al mercader y le dije:

- Tu hija quiere casarse con cierto respetable carpintero que yo conozco.
El mercader sintió una gran alegría y alivio, pues pensaba que su hija iba a morir, y no le importó que el carpintero fuera pobre. Inmediatamente estuvo de acuerdo con el casamiento.

Entonces, fui a ver al carpintero para comunicarle la noticia. El carpintero, quien estaba secretamente enamorado de la hija del mercader, construyó como premio el corral para las cabras. Luego, el vendedor de cabras me dio algunos excelentes animales que llevé al pastor.

El pastor dio pelo de cabra para la hilandera, quien me entregó el hilo. Entonces, llevé hilo al vendedor de alfombras, quien me dio a cambio una alfombra pequeña.

Por fin, lleve la pequeña alfombra al sabio Sufí, quien me explicó que ahora podía darme conocimiento, pues no habría podido llevarle la alfombra, a menos que hubiese trabajado para los demás y no para mí mismo.

Cuento Tradicional Árabe,

0 comentarios:

Publicar un comentario en la entrada