CUANDO DES, DA LO MEJOR

Todas las mañanas de Navidad, cuando me acercaba de puntillas a la sala para ver los regalos que me había dejado Santa Claus o San Nicolás, que son los nombres con que se conoce al legendario Papá Noel, el abuelito bonachón, de vestido rojo y abundante barba blanca; que como contaba mi abuelita, en la Nochebuena ingresa por la ventana a dejar los regalos de Navidad a los niños; ya sabía yo que tenía un deber que cumplir, debía escoger, entre los regalos que me habían dejado junto al árbol navideño, el mejor; para dárselo a un niño pobre, en esa misma mañana.
Hasta donde alcanza mi memoria, recuerdo que mi madre me enseñó a resolver por mí mismo, qué juguete me gustaba más... y ¡a regalarlo inmediatamente!
No se aguardaba a que yo me aburriera de mi juguete, no; tenía que renunciar a él, aquella misma mañana de Navidad.
Cuando horas después veía otras manos infantiles acariciando la aterciopelada piel de un osito regalado por mí, no podía menos que comprender la alegría de aquel niño y compartirla.
Y eso fue lo que quiso enseñarme mi madre. No pudo hacerme mejor regalo que ese: la comprensión de las ajenas necesidades... y la certeza de que es mucho mayor el goce de compartir un bien, que el de poseerlo egoístamente.
Anónimo
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