En esta ocasión se trata de unos pobres niños que recogían basura y eran maltratados psicológicamente y físicamente por su abuelo, al que no le interesaba nada de la salud de sus nieto solo le interesaba si su chancho Pascual este bien alimentado... sigan la travesía como era la historia de estos niños... espero que les gusten!!!
LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS
A las seis de la mañana, los obreros de limpieza se preparan para dejar limpias las calles. Se ven hombres bostezando, esperando el carro para dirigirse a sus centros de labores, a sirvientas sacando los cubos de basura. A esa hora aparecen los gallinazos sin plumas en las diferentes calles, son hombres, mujeres y niños que hurgan entre la basura observando algo que sea de importancia.
Efraín y Enrique, a pesar de sus cortos años de vida, se dedicaban a estas labores.
Mandados cada mañana por su abuelo, con la finalidad de conseguir alimentos para el cerdo Pascual. A su regreso don Santos les esperaba con el café preparado. Don Santos era un anciano malo, renegón y con una pierna de palo.
Se sentía contento cuando Efraín y Enrique Ie traían los cubos llenos de desperdicios, ahí decía: ¡Pascual hoy tendrá banquete!, pero cuando no ocurría de esta manera, bramaba de ira y cólera diciendo: ¡Pascual morirá de hambre! y obligaba a sus nietos a ir hasta el muladar que estaba al borde del mar.
Una tarde, Efraín, al ingresar al muladar, sintió un intenso dolor en la planta del pie, un vidrio Ie había hecho una herida, pero a pesar de ello siguió trabajando; cuando regresó se Ie había hinchado el pie y no podía andar por lo que el viejo Ie dijo: "No es nada, lávate la herida y envuélvela con un trapo".
Al día siguiente salieron a trabajar, pero al poco rato regresaron con los cubos vacíos. Enrique Ie dijo a su abuelo que Efraín estaba muy enfermo y que no podía caminar. Don Santos Ie gritó a Enrique: "¡Ahora tu trabajaras por tu hermano!".
Le ordenó que fuera solo, a traer desperdicios del muladar.
Serían las 12 del día cuando Enrique regresó con los cubos casi llenos, pero llegó seguido de un escuálido perro que tenía sarna. Don Santos al verlos, increpó al niño:
¿Cómo es posible que traigas una boca más si apenas hay para nosotros?
Abuelito no te preocupes, yo Ie conseguiré alimentos - dijo Enrique abrazando al perro.
Enrique se dirigió a la cama de Efraín y le dijo: mira hermanito, te he traído un regalo, se llama Fido y es para ti.
Al día siguiente Enrique amaneció agripado el pecho Ie roncaba y tenía fiebre; el viejo le quiso obligar a levantarse pero al darse cuenta que estaba mal, les gritó: "i Viejo y cojo me voy a ir a recoger alimentos para Pascual, pero ninguno de ustedes va a comer!".
No había pasado ni media hora cuando el anciano regresó todo fatigado con un poco de comida, ya que el carro de la baja policía Ie había ganado.
Al otro día intentó salir, pero tenía un dolor en la ingle que Ie impedía caminar. Los tres estaban en eI cuarto y el cerdo chillaba de hambre; don Santos desesperado golpeó a sus nietos sin misericordia. Enrique, a pesar de estar enfermo, agarró dos cubos salió en busca de desperdicios. Al regresar con los cubos llenos y al entrar al corralón tuvo un mal presentimiento, corrió hacia el cuarto y Efraín Ie dijo: "Fido Ie ha mordido al abuelo, él le pegó y después dejó de aullar".
Enrique Ie preguntó al viejo " ¿Dónde está Fido?" Don Santos no Ie contestó. Entonces observó el chiquero y vio como Pascual devoraba el cuerpo de Fido y en medio del lodo sólo quedaban el rabo y las piernas.
Enrique le recriminó a su abuelo por que había sido tan malvado. El anciano le tiró un manotón y Enrique rodó por el suelo. El nieto cogió la vara y la estrelló contra: pómulo del anciano, luego arrepentido tiró la vara. Don Santos tocándose el pómulo retrocedió y su pierna de palo se hundió en el lodo cayendo de espaldas al chiquero el cerdo hambriento comenzó a devorarlo.
Enrique corrió al cuarto donde estaba Efraín, diciéndole:
Hermanito, salgamos pronto de aquí.
No puedo caminar, me siento mal.
Vamos, yo te ayudo.
Abrazados, lentamente, se fueron alejando sin volver la mirada al corralón... Se dirigieron al centro de Ia ciudad en busca de un mundo mejor.
Obra del novelista peruano, Julio Ramón Ribeyro nacido en 1929
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