Estoy segura que les gustará...
Los jóvenes, hombres y mujeres, se disputan los lugares próximos a ella, acarician sus mejillas descoloridas, acomodan en su cabellera negra el mechón que insiste en caer sobre su frente, ocultan la herida de su cuello con el tul que cubre su cuerpo.
Los hombres adultos tienen el semblante consternado, pero no lloran ni tampoco conversan. Los ancianos ocupan troncos en el piso y algunos están sentado en la tierra con la espalda apoyada en los pilotes que sostienen la cabaña. Renuevan la dotación de tabaco de su pipa, exhalan densas columnas de humo que trepan al piso de la cabaña...
Era una mañana tórrida, dorada la tonalidad de la luz. El gran río, una planicie fulgurante que lastimaba los ojos de los remeros. Las canoas retomaban de la aldea vecina, al otro lado del río, y los comentarios festivos de la celebración saltaban de una a otra. Eran cinco, repletas de jóvenes, y hacia mucho rato que navegaban en hilera y muy juntas.
No quedó duda, la gran mariposa azul se estaba aproximando. Los remos se paralizaron en las manos de los remeros y las canoas se detuvieron oscilando en el oleaje. A una voz enérgica que vino de la canoa delantera, cambiaron de dirección y se dejaron arrastrar por la corriente impetuosa, pretendiendo eludir la trayectoria de la mariposa azul. Pareció que lo habían logrado. Pero, las expresiones de alivio duraron muy poco, al ver que la mariposa azul modificaba su rumbo y se dirigía al encuentro de las canoas.
Sombra de Luna tripulaba la última canoa con otras muchachas y el remero era Paso Apurado.
- ¡Arrójate al agua! - le gritaron, cuando la mariposa azul estuvo encima de las canoas - ¡arrójate para que no te toque!
Sombra de Luna no los oyó; la expresión de su semblante estaba serena y su mirada dulce y abstraída. Y, ni ella en la canoa, ni la mariposa azul en el aire dorado, se alarmaron cuando los tripulantes se arrojaron al río levantando trombas de agua turbia. Las canoas convulsionaron, chocaron unas con otras, fueron llevadas río abajo por la corriente ejecutando un baile alocado.
Entonces, en la inmensidad luminosa y uniforme del firmamento y el agua, quedaron solas, frente a frente, la muchacha y la mariposa azul. La una sonriendo levemente, la otra respondiéndole con aleteos pausados y cadenciosos.
Procurando no hacer movimientos bruscos que pudieran espantarla, Sombra de Luna extendió el brazo. Y la mariposa azul aceptó la invitación y se poso en su mano.
¿Cómo explicarse que la canoa de Sombra de Luna, desprovista de remos y remeros, llegara a la orilla sin problemas, mientras las demás eran tragadas por el río, y los náufragos, dispersados por la corriente, recalaran tan lejos del lugar de llegada, abrazados a los palos que acarreaba el agua, exánimes, medio ahogados y llenos de pavor?
- Es un espíritu poderoso - dijo un anciano.
- La ha señalado - dijo otro - ya no hay remedio.
- Regresara por Sombra de Luna en cualquier momento - sentencio el mueraya.
Paso Apurado era la persona más afligida por el suceso, más todavía que los familiares de Sombra de Luna. Si el aturdimiento le había impedido acompañar en la canoa a su prometida y, tal vez, evitar el incidente; en adelante no la abandonaría nunca más. Ningún espíritu, por poderoso que fuera, le arrebataría a su amada. Se había ejercitado de tal modo con el arco para protegerla, que sus flechas pulverizaban en el aire a las mariposas que se atrevían acercarse a su prometida, cualquiera que fuera su color y tamaño.
Su amada se había vuelto ensimismada y silenciosa, y recorría las sendas de la aldea sin hacerse notar ni ser advertida, como una dulce sombra.
Hasta que llego el momento que tanto se temía y que los rituales del mueraya no habían logrado conjurar.
Sabedor que las mariposas no vuelan de noche, Paso Apurado estaba abandonando la vigilancia de la cabaña de Sombra de Luna.
En eso, creyó verla. No majestuosa, ni bella como la viera en el río. Vio tan solo el centelleo azulado de sus alas enormes, fugaz como el fulgor del relámpago en la tormenta. Se encontraba rondando la cabaña de Sombra de Luna.
Era ella, no cabía duda. Y no era cierto que no volara de noche. Las palabras del mueraya se habían cumplido y había venido a llevarse a su amada. Pero no lo lograría, ahí estaba él para impedirlo.
Aprestó la flecha en el arco y sus manos crispadas tensaron la cuerda. Siguiendo con dificultad las evoluciones de los destellos azules, apunto con sumo cuidado para no errar el disparo. Y la flecha voló a su destino con un silbido agudo. La mariposa azul plegó las alas enormes y perdió altura cuando la flecha vino hacia ella. Y la flecha paso muy cerca, sin tocarla. Y se perdió en la penumbra de la cabaña con dirección al mosquitero de Sombra de Luna.
Fuente: Lectura es Vida
Editorial: Escuela Activa S.A.
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